En este ambiente enrarecido que se vive últimamente en la cosa pública llama la atención cómo se instauran discursos de odio desde ideologías totalitarias y evidentemente de derechas (es decir, clasistas, racistas, sexistas, capitalistas, fundamentalistas... lo tienen todo) con la estrategia de desmontar las políticas que poco a poco reconocen la igualdad de derechos de toda la ciudadanía independientemente de su credo, color, género, sexualidad o nivel de riqueza. Por ejemplo, estos meses se oye hablar de una tal “ideología de género” como enemiga de todos. Así niegan la existencia de una violencia contra la mujer, escondiéndola en una difusa violencia familiar o doméstica, ninguneando la evidencia de las estadísticas sobre acoso, maltrato y asesinato y creando ficciones como si en este país (u otros) los machos fueran las víctimas. No sólo es control y poder: ese discurso de odio que nació entre el supremacismo blanco fundamentalista en los EEUU se ha propagado de la mano de diversas derechas religiosas en Hispanoamérica y también en Europa. Y lleva un objetivo político claro: frenar un avance social que no quieren porque disminuye sus privilegios. Sin apenas oposición, luego siguen atacando también la diversidad sexual o cualquier política de integración, mezclándolo con un populismo racista que inventa un problema contra los inmigrantes. Ya dijimos: supremacismo de derechas, populismo paleto y violento que lo mismo defiende los toros que proclama su lgtbfobia. Son discursos impensables hace unos años cuando sólo se atrevían a hacerlos en sus cavernas y criptas, apareciendo tímidamente en ciertas celebraciones franquistas o católicas. Les hemos permitido seguir con su agenda y ahora nos la quieren imponer a toda la sociedad. ¿Será ya demasiado tarde para denunciar su indigna cruzada?