Contamos ya con más de mil mujeres asesinadas en asesinatos machistas desde 2003, que fue cuando empezaron a contarse estos asesinatos. Ahora lo mismo se deja de contar, porque la ultraderecha tiene mando, ese mando que le ha cedido la derecha ultramontana y corrupta, que va repartiéndose el poder con esa otra derecha que iba de novedosa pero que al final es más de lo mismo. No esperarían realmente que de semejante cóctel, por más que aquí se le haya puesto envoltura roja y foral, se pudiera esperar algo de progreso social, igualdad o mejora en cosas como la violencia contra las mujeres. Por más que ahora se empeñen unos en negarla, en decir que es todo un constructo ideológico de la izquierda, por más que otros ganapanes se dediquen a echar mano de evidencias anecdóticas (yo que sé, lo que hacen las hembras de otras especies, como si eso tuviera que ver con los derechos humanos, que es de lo que se estaba hablando aquí) para crear un discurso de duda y relativizar algo que, en estos años, mientras se iba matando a mil mujeres, estaba quedando finalmente claro. Es un ejemplo, lo vemos ya también en otros aspectos sociales acuciantes. Y lo vamos a sufrir más quienes nos ponemos siempre de ese lado de solidaridad con quien está sufriendo.

Estos días son de tristeza por cómo se van a olvidar tan pronto algunas lecciones que se han aprendido con la sangre de mártires desconocidas, con las mareas crecientes de una sociedad que se iba sensibilizando para evitar que siguieran pasando, con las administraciones que, poco a poco, parecían encontrar unas migajas para poder empezar a luchar contra estas desigualdades. Tristeza e indignación, porque esto nos lo están colando simplemente para vender populismo de derechas, ahora que pueden conseguir que la mentira viaje tanto y tan lejos.