En el esplendor de su imperio de la coca Pablo Escobar montó en su Hacienda Nápoles un excéntrico (aunque normal en su universo excéntrico) zoológico con cuatro hipopótamos africanos que llevó a las cercanías de Doradal, junto al majestuoso río Magdalena. Luego pasó lo que pasó, posteriormente esa hacienda se convirtió en parque temático y mientras tanto los animales encontraron un país delicioso y adecuado para vivir, sin depredadores naturales y así ahora son posiblemente ya ochenta, que además se van desplazando por el río y encontrando más lugares que ocupar. Se han publicado estudios de ecología que proyectan un futuro de una población de cerca de un millar de ejemplares, sin saber cómo se adaptará ese ecosistema a la presencia de animales que consumen ochenta kilos de hierba al día.

Ya desde hace años se comentaba el absurdo de que existen más tigres en casas de ricos y en zoológicos en Estados Unidos que los que malviven en estado salvaje. Tres veces más, de hecho. Lo curioso es que muchos de estos tráficos animales, que ahora suelen ser ilegales, se realizaron simplemente porque el dinero mueve montañas. Y porque es cada vez más sencillo moverse por el mundo. Así que la globalización nos trae mejillones cebra, mosquitos tigre, avispas asiáticas y especies vegetales invasoras. Ahora vemos la emergencia de un virus que acaba de aprender a infectar a los humanos, ese coronavirus que en breve (ojalá me equivocara) será declarado pandemia con varios focos poco controlados. No va a ser el fin del mundo, afortunadamente, y posiblemente en unos meses se controlará lo bastante como para dejar de abrir los informativos. Pero será, como los hipopótamos colombianos, muestra de que los problemas globales los estamos facilitando nosotros con el descontrol global. ¿Dónde dejaron el manual de instrucciones del mundo?