ace unos cuantos decenios nació un arbolito en un solar detrás de las últimas casas de la parte sur de la calle Blas de Laserna. Son de esas edificaciones sencillas que conformaron un barrio de acogida siempre necesitado de más atención. El peral creció ajeno a los planes urbanísticos, a la propia historia del barrio y de la ciudad. Y está espléndido, todo un testimonio de supervivencia en un barrio tan castigado y olvidado por las administraciones. El solar quedó hace unos años convertido en una especie de zona verde tranquila, al lado de una rotonda de esas que nos recuerdan que la ciudad no es sino de los vehículos, a ellos se rinden todos los planes urbanísticos y las preocupaciones. Ahora, en un área amplia donde todavía hay unos cuantos solares vacíos esperando a que la especulación de la construcción venga (el otro día apareció otro cartel de constructora más, se va llenando esta zona meridional de Arrosadia), han decidido que ese trozo, precisamente ese, con su peral, debe ser convertido en aparcamiento. Como si hiciera falta que fuera así. Algunas gentes se empezaron a mover y nos hemos enterado entonces del peligro que se cernía sobre ese árbol, un poco símbolo de cómo olvidamos el cuidado de lo más frágil tan fácilmente. Claro que no es el bulevar del Prado ni hay una rica baronesa encadenándose, no esperaremos a los telediarios ni nada, y ojalá que desde el ayuntamiento reconsideren la tala, porque total, ese superviviente de tantos años, no ocupa tantas plazas de aparcamiento como para que no se le pueda dejar vivir unos años más, aunque sea ahora entre cemento y coches, en ese feísmo de la ciudad del que no logramos liberarnos aún. Ese peral cuyas hojas buscan el tiempo perdido, como decía Neruda, se merece un futuro. Como la Milagrosa, como nosotros.