a Delegación del Gobierno justificó el paseíllo que el pasado viernes se marcaron unidades militares en el Casco Viejo pamplonés aduciendo labores de "reconocimiento de infraestructuras críticas", así como la vigilancia del "cierre de fronteras". Unas infraestructuras inexistentes en la parte antigua de nuestra capital, ciudad, además, distante más de 40 kilómetros del puesto fronterizo más cercano. Por su parte, María Caballero, concejal de Navarra Suma y responsable de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Pamplona, daba ayer las gracias a las Fuerzas Armadas, por venir a "reforzar las labores de desinfección y seguridad". Sobre la desinfección, hay dudas razonables. Si se llegó efectivamente a realizar fue sin testigos ni testimonios gráficos, ni tampoco equipamiento visible para ello de los que vemos en televisión todos los días. De la realidad de las labores de control no existe la menor duda. En la red no faltan imágenes de militares pidiendo la documentación a gente que se encontraban a su paso, algo que no parece que tenga mucho engarce legal y menos aún provecho alguno: el confinamiento solo puede ser vigilado por alguien que conoce el entorno y el callejero. ¿Tan sobrepasada estaba nuestra Policía Municipal? ¿Tal era el caos y la desobediencia instalada en lo Viejo, que hacía falta la llegada del 7º de caballería para poner un poco de orden? ¿O simplemente se trataba de marcar paquete rojigualdo? La concejala Caballero nos exhortaba ayer a mostrar "agradecimiento a los que vienen a prestar ayuda". Si es para ayudar, todo es bueno para el convento, pero el viernes la única en sentirse ayudada fue esa gente a la que, simplemente, la presencia de uniformes de camuflaje por la calle desfilando al son de la Marcha Real produce sensaciones cercanas al orgasmo. Sin embargo, para Caballero, los obsesos y los fanáticos eran los de las cacerolas. Ayer, seguían por Estella. Nafar tour.