afka imaginó al mono Pedro el Rojo redactando el informe sobre su humanización. Negarse a sí mismo con toda terquedad, escribió, para encontrar una salida. El caballo que Monterroso imaginó imaginando a Dios aceptaba su condición y concluía que Dios no podía ser un caballo excelso, la máxima expresión de la equinidad más allá de la cual no cupiera pensar, sino un jinete.

Los macacos del Templo Uluwatu de Bali han dado un paso más. No son nada tontos los macacos. De hecho, algunos congéneres fueron al espacio, cosa que usted y yo no haremos. Han visto mucho. Y habrán sacado sus conclusiones. Estos macacos balineses roban a los turistas para cambiar el botín por comida. Lo llamativo es que lo eligen en función de su valor, del valor real. Lo constata un equipo de la Universidad de Lethbridge tras nueve meses de observación. Son ladrones selectivos a quienes, como a sus víctimas, les pirran los dispositivos electrónicos. Es más fácil que roben un móvil que una gorra. El templo del siglo XI es una belleza al borde de un acantilado sobre el mar y el arrobo paisajístico les allana la tarea. Nos han alcanzado en el deseo de posesión de pantallas y por ahora han esquivado la tentación de convertirse en producto a cambio de un poco de notoriedad. Desconocemos si su idea de transcendencia incluye un más allá, pero entre los humanos han elegido como referentes a las élites de Silicon Valley, que no permiten a sus vástagos el acceso a calculadoras, tabletas, consolas u ordenadores hasta bien crecidos. Son objetos para comerciar, no para usar de forma inocente, aunque es posible que lleguemos a saber de algún macaco disidente y curioso que se haga selfies o acabe en Twitter. Por lo menos, igualan la ficción. Tiene gracia.