Dudaba el viernes sobre qué escribir. Pensé que es muy preocupante la creciente brecha de resultados entre el alumnado navarro de centros públicos y concertados, pero también resultaba alentadora la devolución de un ordenador robado, que contenía miles de datos del fútbol txiki, después de que su propietario colgara un mensaje en las redes que tocó la fibra del ladrón. Me encontraba en esa tesitura cuando llegó la tragedia. No hay manera de imaginar el dolor infinito que pueden sentir los padres y todos aquellos que han querido a los dos hermanos muertos en el accidente de autobús de Estella. Sin pensarlo demasiado y para verme más cerca de ese infortunio, me puse a ver fotografías de mis hijos y sobrinos a la edad de los chiquillos fallecidos. Me sentí tan agradecida por saber que los míos han pasado sin problemas y felices por esa preciosa etapa que es la infancia como vacía queriendo siquiera otear qué puede quedarte, cómo sobrevivir, a una tragedia prácticamente insuperable. Lo sé, cada día pierden la vida miles de niños en el mundo por todos los motivos imaginables, pero las desgracias nos hieren más cuanto más cerca de nosotros se producen, es así, y la muerte de los hijos, sobre todo si es inesperada, nos acerca a la catástrofe definitiva'.