Desde los primeros momentos, se extendió la idea de que todos somos héroes en la lucha contra esta pandemia. La imagen de una comunidad que marcha unida y orgullosa frente al COVID-19, como si del cartel de Novecento se tratara, es muy potente. Tan poderosa como falsa. Encaramos la sexta semana de confinamiento y cada día me siento más inútil, obediente y en mi casita, pero improductiva. Tengo claro que cuando este coronavirus desaparezca, nos habrá dividido entre quienes enfermaron y quienes no, pero también entre aquellos que dieron la cara en primera línea y los que no pudimos aportar otra cosa que nuestra reclusión. Claro que estar encerrados se hace duro, muy duro a ratos, y que desde casa se trabaja y estudia, se puede ayudar a los vecinos e intentar entretener a los chiquillos ansiosos. Pero cada vez que me asomo al balcón, no puedo dejar de pensar en mis amigos, que estos días hacen cuanto pueden y más al cuidado de enfermos en el hospital, cosiendo equipos de protección para sanitarios, llevando un camión o una tienda de alimentos, fotografiando tanta soledad... Por mucho que les pese a los cobardes que cuelgan cartas insultantes en algunos portales, cuando esto termine sólo habrá unos héroes, aquellos que esa gentuza intenta expulsar de sus míseras vidas.