Escribo estas líneas mientras cae un chaparrón y el cielo encapotado me hace sentir triste y agotada. Es raro porque repaso las últimas portadas de este periódico y se diría que todo se ha vuelto luz, que la vida recupera su sitio a empujones, y así a lo largo de la semana se han sucedido primeras páginas en las que se observa a dos jóvenes besándose en la estación del tren tras la obligada separación, el regreso de los chiquitines a las escuelas infantiles, una docena de chavales a punto de hacer la EvAU, otro grupo de jóvenes (éstos, jugadores de Osasuna) celebrando un gol La energía toma aire otra vez y queremos sentirnos felices pese a los fallecidos por coronavirus y a tantos otros que han muerto en los meses pasados por no pedir ayuda a tiempo a los servicios sanitarios. A la pasada primavera de muertes y contagios le ha seguido un verano de esperanza y ha sido ahora, una vez finalizado su agotador trabajo en Isaba como médico, cuando nos ha dejado una gran mujer, una querida integrante del Servicio de Urgencias Rurales, nuestra amiga Mariasun Labiano. Sus dos hijos han de saber que esta dedicación a su gente de Roncal y Salazar fue un ejemplo alentador, tanto que le faltó tiempo para cuidarse y margen para curarse. Para mí, su pérdida no es sino una enorme tristeza.