l otro día me decía un amigo que estaba aburrido de las columnas sobre la covid y le prometí que pronto buscaría otro tema, pero hoy no puedo después de la pasada Nochevieja. Para intentar anticiparse a la incidencia del virus, Navarra impuso unas normas que pasaban por reuniones de no más de seis personas y la prohibición de pisar la calle a partir de las 23.00 horas. En la mayoría de hogares se respetó la pauta; en otros, seguro, se la pasaron por el arco del triunfo y también hubo gentes que, con mayor o menor imaginación, intentaron hacer las dos cosas. Sé de quienes se reunieron a comer, y no a cenar, para que les cundiera un poco la celebración y de otros grupos a los que, sin exceder el número de comensales permitido, les dieron las 11 de la noche con el consomé, por lo que los visitantes decidieron quedarse a dormir en el domicilio de los anfitriones. También me han comentado que la intrincada y extensa red de garajes en ciertos barrios de Pamplona y alrededores permitió a algunos vecinos pasar de casa a casa a altas horas sin ser vistos por la Policía. Pequeñas tretas para continuar en la brecha, cantaba El último de la fila, y entiendo que no estuvo bien, pero es difícil desconocer el hartazgo que soportamos con tantas reglas, limitaciones y esta vida estrecha.