í decir que el caso Roldán estalló por un despecho, cuando la primera esposa del que fuera director general de la Guardia Civil, en trámites de separación, despotricó ante su peluquera y otras clientas y, claro, lo que se habla en la peluquería, no se queda en la peluquería. La cosa es que Luis Roldán acaba de fallecer y dos grupos de imágenes me vienen a la mente. En un montón está el que fuera aquí delegado del Gobierno pasando revista a los guardias, en la Plaza de Toros de Pamplona bebiendo en bota o apoyado en un burladero con una pistolita de agua. A pesar de aquellos duros años de violencia, se le veía un juerguista feliz. Luego están las fotos de su huida tras haber robado unos 10 millones de euros, su detención con aquella gabardina, los juicios -en Pamplona compartiendo banquillo con Urralburu, Aragón y demás-, su salida de prisión 15 años después y el triste regreso a Zaragoza. Lo recuerdo a primeros de los 80 como un torbellino grande y barbudo que provocaba a su alrededor más que respeto. Después, toda la corrupción le pasó por encima y, aunque en los últimos años decía ser pobre, nadie sabe dónde están los muchos millones que nunca devolvió. Sea como fuera, puede considerarse el perfecto ejemplo de alguien que, después de todo, ha muerto sin nada. Nada de nada.