Es solo una variante del Vamos a contar mentiras, trianlará. Burdo, grotesco, cretinoide sin duda, pero un eficaz retrato de quien suelta semejante majadería desde un cargo político: ¿Quemar parroquias? ¿Y eso a qué viene? Es igual, lo que cuenta es la enormidad brindada al tendido de sombra azul oscuro. Y no solo lo soltó Ayuso, sino sus adláteres. Y lo sueltan como pieza clave de un discurso agresivo que tiene como diana la ley de memoria historia que dicen les da miedo y en realidad les molesta porque contradice su discurso heredado de vencedores y vencidos. ¿Abrir heridas sacando a pasear el más burdo pretexto del alzamiento militar de 1936, el que corrió entre gente de instrucción deficiente durante años? Ayuso no tuvo un pronto ni un lapsus de idiocia, sino que llevaba el discurso escrito.

Por su parte Ortega Smith de una manera incalificable -salvo que se adjetive como canalla que ya es tanto como no decir nada-, habla de Las 13 Rosas, unas jóvenes, menores algunas de ellas, fusiladas en 1939 tras un juicio farsa por delitos que no cometieron. Sostiene que aquellas mujeres “torturaron, asesinaron y violaron de manera vil” y las tacha de chequistas, algo que ni la propia sentencia que las condenó recoge.

Ortega dice que no tiene miedo a la Historia, lo que muchos tememos es la historia que él quiere escribir desde la mentira, la mala fe y la agresividad como sistema.

Es decir, que Ortega, enemigo declarado de la ley de Memoria Histórica, echa a rodar el imaginario alimentado durante años y más años, desde el montaje en 1940 de la llamada Causa General, Biblia del horror rojo, por parte del ministro de Justicia de entonces, Eduardo Aunós, editor de Baroja. Ortega pues, se acoge a la cómoda y falaz doctrina franquista sobre lo sucedido tras el golpe militar de 1936, ese relato impuesto desde que Serrano Suñer hablara de justicia al revés; justicia al revés e información lo mismo. La propaganda negra fue un arma eficaz desde que el general Mola la echó a rodar en Burgos al poco de alzarse: se propagó la mentira de una forma sistemática por todos los medios: prensa, radio y altavoces callejeros. Se trataba y se trata de envilecer a las víctimas y aún tiene Ortega el cuajo de hablar de que la escritura de unas páginas históricas divide a los españoles. Los españoles ya están muy divididos y él lo sabe porque la división, el apartamento, la xenofobia y la desigualdad están en su discurso político.

Hay quien dice, con autoridad, que no hay que hacer caso a estas demostraciones de estupidez y retorcida mala fe, pero es Philippe Lançon, superviviente del atentado cruento de Charlie Hebdo de 2015, quien afirma que la indignación nos libra de la desesperanza. Cierto que hablar de estas enormidades les da vuelo, existencia incluso, pero me temo que si las callamos, no silenciamos con ello el fondo de esta cuestión, como es la pervivencia de un ánimo político autoritario, proclive a la dictadura como forma de gobierno, que ensalza los valores de la fuerza uniformada frente a las libertades políticas y de expresión, y otros valores democráticos. Eso al margen de que hay cuestiones ineludibles, más propias de nuestro presente que del pozo negro de nuestra historia en boca de estos energúmenos, como son las privatizaciones sanitarias, el robo descarado por parte de la banca del que no se habla, las condiciones de vida de quienes padecen el mercado inmobiliario, la ley de Reforma Laboral, la ley mordaza? Lo que muchos queremos es que el pasado, el que representa Ortega, regrese de la manera que sea, con gestos, berridos, sí, pero al final con leyes y urnas.

Es este clima de ciénaga enrarecida el que da alas a unos patriotas poligoneros que irrumpen en un cine donde se proyectaba la controvertida película de Amenábar sobre el episodio de Unamuno-Millán en Salamanca, algo que recuerda lo sucedido en el Teatro Gayarre de Pamplona los primeros días de agosto de 1936 cuando se proyectó La Bandera, la película de Duvivier sobre el Tercio que ya había actuado en Asturias en 1934.

No son hechos aislados, no son cuatro gatos, no cabe desdeñarlos como cosa residual, epigonal, al revés, es un movimiento que con la complacencia institucional ha ido cogiendo fuerza en los últimos años, tanta como para tener representación parlamentaria e institucional y haber ya actuado, como en Andalucía, contra la Memoria Histórica.