Dice la encargada de Doña Manolita que uno de los números que está arrasando este año es el 37.254, justo el que vende el bar donde se rodó el anuncio de la emotiva campaña publicitaria de este año. Realmente a mí me ha gustado la historia de Manuel, me ha tocado la piel... ¿Una burla hacia los desafortunados, parados, desahuciados y arruinados de este país roto por la crisis? ¿Utilizar al pobre y la lágrima fácil como arma para vender más lotería? ¿Un mensaje amenazante para quien no compre lotería que puede terminar siendo un desgraciad@? No lo veo así aunque es verdad que las mayores críticas han llegado de gente como Manuel, que no pueden permitirse pagar 20 euros por un décimo y más de uno verá el champán derramarse en sus mismos morros -el 22 de diciembre- sin tocar un euro. Sí creo que el bar de la lotería es el decorado perfecto de esa soledad que nunca se sienta en una mesa, la de los desafortunados en dinero, amores, o ambas cosas, la de los que precisamente permanecen de pie en la barra para sacar sus demonios de las entrañas con una cerveza o un vino. Manuel puede tener un aire de vagabundo, es cierto, pero también puede ser simplemente un hombre frustrado, derrotado porque la suerte sobrevuela en su ventana. Y ahí está el dinero que todo lo resuelve y que hace abrazar almas que nunca se hubieran juntado. Es curioso que sólo se apele a este tipo de sentimientos y valores a la hora de aupar ese gran negocio del bombo. Si al menos sirve para acercarse y compartir más... Sin necesidad de sobres, a lo mejor basta con llevarte a esos niños a merendar, pintar la casa a cambio de unas horas pagadas, propiciar un encuentro... Quizás necesitamos otras estrellas que no apelen a la magia del dinero caído del cielo sino al modo de construir una sociedad más justa. “Si yo encontrara la estrella que me guiara... yo la metería muy dentro de mi pecho y la venerara. Estrella, llévame a un mundo con más verdades, con menos odios, con más clemencia y más piedades”, cantaba Enrique Morente. ¡Qué grande!