París: ‘Même Pas Mal’
“Aquí la deuda de sangre se paga con sangre, y tenemos sangre para rato”. Así describía el periodista (grande) Mikel Ayestaran el conflicto sirio que ha originado más de cuatro millones de desplazados y un agujero más grande de destrucción y desgobierno en el que anida la madriguera yihadista. Pero seguimos bombardeando. “¡Esto es una guerra, y los vamos a machacar sin piedad!” respondía Hollande. Respuestas belicistas, más ataques militares galos, extensión del estado de emergencia y, ojo! entendibles con 129 muertos. Pero Daesh en realidad ha disfrutado durante años de relaciones beneficiosas de los países de la OTAN. Que determinadas zonas del mundo, las mismas desde hace siglos y a lo largo de los diferentes imperios, sigan siendo un hervidero de violencia y pobreza no es casual. Allí donde se localizan los pozos de petróleo y los recursos naturales habrá injerencias en sus países. Ésta es una de las paradojas más claras de la modernidad: un clamor universal por la paz pero más conflictos que nunca. Democracias más sofisticadas con inteligencia militar, con medios técnicos pero incapaz de poner fin a la guerra. Y esa incapacidad, real o interesada, genera una espiral de violencia que, por efecto de la globalización, nos deja indefensos ante, por ejemplo, un chaleco explosivo. Ataques como el de París nos hacen creer que vivimos a salvo de la barbarie pese a la inestabilidad, lo cual no es cierto. París, Nueva York, Madrid, Londres, Beirut o el avión de pasajeros ruso son ejemplos de la debilidad en la que nos hallamos. La primera, porque despiertan una empatía emocional que no llega de esas otras miles de víctimas de Siria o Irak. El terrorismo a su vez se apoya en la misma modernidad que denuncia: las ejecuciones de ISIS se retransmiten en directo, las redes sociales se utilizan para difundir sus proclamas incendiarias, los yihadistas son contactados vía Internet... En el otro extremo está la guerra cibernética, como la declarada por Anonymous con guías para hackear al Estado Islámico. O los drones que matan cerebros de células terroristas. La guerra entre el Islam y Occidente (lo que en otros siglos se llamaba el Cristianismo) no lo es tal. Es el enfrentamiento entre modelos de imposición política, tanto el fanatismo árabe como las estrategias geopolíticas de países poderosos. La población de ambos mundos busca convivencia y paz. Trabajo y oportunidades.