Un total de 140.522 toneladas de residuos fueron recogidas por la Mancomunidad de la Comarca de Pamplona el año pasado. Es lo que llega al vertedero de Aranguren, el nivel de desperdicios que corresponde a nuestro nivel de vida, por no hablar del resto de los residuos no controlados. En Rumanía sin embargo no queda nada que recoger, ni chatarra, asegura Asán Herrero, que ocupa el asentamiento chabolista del barrio de Santa María la Real. De la venta de la basura que encuentran por las calles, fuera de los contenedores o la que sobra en empresas, las cuatro familias rumanas sin luz ni agua consiguen algo de dinero para comprar comida y gas. Y sorprende realmente la tranquilidad con la que sobreviven en un pequeño vertedero. Asan tiene 37 años, una edad en la que es prácticamente improbable que encuentre trabajo en su país, sobre todo si eres romi (gitano rumano) o, en su caso, de ascendencia turca, máxime si toda la vida te has dedicado a la chatarra. Ése es el verdadero ‘efecto llamada’, el que propicia su traslado a otros países comunitarios. Y si hay organizaciones criminales (mafias) que se aprovechan de esta situación y de la mendicidad para lucrarse o para explotar a esta gente que no maneja en castellano habrá que perseguirlo. Porque ellos son dobles víctimas, de la pobreza y de la delincuencia. En 1972 más de 50 familias asentadas en chabolas y camiones en Barañáin fueron trasladadas al poblado de Santa Lucía, un recurso intermedio que sirvió para que diferentes entidades e instituciones trabajaran para romper guetos y apoyar su salida y normalización social. La externalización se produjo entre 2002 y 2005 a viviendas protegidas o las que pudieron adquirir fruto de su trabajo. Personas hoy integradas, aseguran desde la fundación ADIS, y cuyos hijos jamás se plantearían volver a un carro. En este momento la sociedad cuenta con recursos asistenciales, educativos, sociales y sanitarios para agilizar estos procesos que, sin embargo, requieren de un acompañamiento intensivo y cercano. No es fácil el camino de la inclusión, hace falta mucho diálogo y enfrentarse a los miedos e inseguridades de quien tiene ya un techo y una ocupación aunque sea del trapicheo de la hojalata. La mayoría de los 7.500 rumanos que viven en Navarra -800.000 en el Estado- viven y trabajan integrados, mantienen a sus familias y, si pueden, envían remesas a sus países. Los estereotipos de criminalidad, prostitución y de carteristas profesionales, la mala fama de unos pocos, distorsiona la imagen del conjunto. Lo peor es cuando ellos mismos la interiorizan y se automarginan.
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