Gana uno, pierden todos
De entre toda la sarta de reflexiones vertidas por diferentes cargos del PSOE en esta convulsa semana hay una que llama poderosamente la atención. De acuerdo con la parcial lectura que hacen los críticos dimisionarios, el responsable de los malos resultados obtenidos en Galicia y País Vasco es Pedro Sánchez, de la misma forma que la instigadora Susana Díaz es la artífice de que los socialistas mantengan su cortijo andaluz. Acojonante, oiga. Y a partir de ese análisis torticero se ha diseñado una fenomenal pira, azuzada por lo peor del felipismo, que trata de calcinar al líder que hace solo dos años eligieron militantes y simpatizantes en el proceso más participativo de la historia del partido para posibilitar, si les sale bien la jugada, la investidura de Rajoy.
Es sorprendente que haya quienes defiendan que con esta maniobra el PSOE iniciará la remontada. Veremos cómo acaba este vodevil plagado de cuchilladas, traiciones y deslealtades a tutiplén, pero si alguien cree que Susana Díaz reúne el perfil para pilotar este partido en el Estado se equivoca de plano. La presidenta de Andalucía difícilmente puede ser el cartel que precisa este fracturado partido en el conjunto del Estado. Su tirón en las urnas no pasaría de Despeñaperros y no haría sino agudizar el papel cada vez menos relevante que tiene esta formación en las autonomías con implantación nacionalista.
Todavía sorprende más escuchar a quienes piensan que el problema del PSOE se limita a su liderazgo y que todo se resuelve con cambiar a Sánchez. Eso mismo ya lo oímos cuando largaron a Zapatero, Rubalcaba, etc. Pero la crisis de los socialistas tiene una profundidad mucho mayor. Es consecuencia, sobre todo, de combinar un discurso de izquierdas con una acción mucho más conservadora. Quienes residimos en Navarra lo sabemos desde hace años, pero de eso no se está hablando ahora, porque todo se resume a una impresentable pelea de sillones, que se resolverá con un ganador, pero con todos derrotados.