No sé a qué esperan los dirigentes de Podemos para incorporar al Consejo Ciudadano a Teresa Torres, a quien reconocen como la abuela del partido morado. La reprimenda de esta extremeña de 76 años vía redes sociales ha causado más efecto en la cúpula de la formación que los editoriales de los diarios que persiguen su desprestigio de forma permanente o los predicadores de púlpitos radiofónicos que lanzan cargas de profundidad con arsenal de medias mentiras todos los días a ver si tumban a esa gente molesta que ha resquebrajado el bipartidismo, ese pesebre del que tantos han vivido y aún viven. Decía que la abuela de Podemos ha cogido a los chiquillos por las orejas y les ha recordado de dónde vienen, a dónde dijeron que querían ir y la ilusión que el mensaje provocó en tanto desencantado. Ha tenido que ser alguien con la perspectiva que dan los años y, con ellos, el aguantar que siempre decidan los mismos, una persona vapuleada por los años de malgobierno, quien haya llamado al orden. A Pablo Iglesias le ha faltado tiempo para disculparse -al más puro estilo del anterior monarca, es curioso- e intentar enfriar una crisis en la que la lucha intestina por el poder entre dos facciones ha roto cierta mística del partido en el que la consecución de los objetivos estaba por encima de los intereses personales. Esa repentina deriva -tan de manual entre la clase política, por otro lado- es algo que Podemos debe hacérselo mirar con urgencia; porque esas confrontaciones cainitas pasan también a nivel más local y, aquí mismo, han acabado hace pocos días con la dimisión de un alcalde por desavenencias con sus compañeros de grupo; no le ha tumbado la oposición, que ya quisiera, sino su propio partido. Y eso, lo quieran o no, hace tanto daño a la marca entre el electorado como beneficio otorga a los adversarios políticos. Suerte para ellos, los de Podemos, que los yayoflautas vigilan a la chiquillería ambiciosa. Y si hace falta, les dan un tirón de orejas. Porque pueden.