Alud de demagogia
si el presidente anotado como receptor de sobres con dinero negro no dimite, como para que lo haga un ministro del mismo partido por los efectos de un fenómeno meteorológico. Por mucho que esa sigla exigiera el cese de una ministra de otra formación ante un colapso circulatorio de idéntica naturaleza climatológica. En esta materia, y sin distinción de ideologías, la única coherencia compartida reside en intentar arrimar la nieve a cada sardina -valga el juego de palabras-, más allá del consabido lamento por el bloqueo de ciudadanos en ruta y del merecido reconocimiento a quienes les auxiliaron. Y, una vez cumplida la liturgia declarativa, hasta la próxima nevada copiosa, pongamos que con suerte dentro de un año. Como la información del tiempo ya resulta suficiente aun por aproximación, aquí lo que urge son detallados y unívocos protocolos de regulación de carreteras, de gestión del tráfico y de respuesta ante emergencias. En caso de crisis en autopistas, con la corresponsabilidad de las empresas concesionarias al suscribir sus usuarios un contrato en forma de peaje para transitar por ellas. Sin que quepa culpabilizar a los conductores atrapados aunque carezcan de cadenas o no sepan colocarlas -sin menoscabo de que ambas taras merezcan un serio reproche- en descargo de las Administraciones señaladas. Al margen de la controvertida supresión de la Agencia Navarra de Emergencias como ente coordinador, en Navarra también procede una mayor definición metodológica, siquiera porque la custodia de las carreteras atañe a dos Cuerpos, Policía Foral y Guardia Civil, con las inevitables distorsiones que genera tal coexistencia. Una rareza desde la perspectiva de que la red viaria es titularidad de Navarra y más cuando ETA ya no se encuentra activa, el secular pretexto para defender la continuidad de la Benemérita sobre el asfalto y aparcar así el traspaso completo por el Estado de la competencia de Tráfico enajenada por el franquismo. A la nieve se la combate con una sistemática operativa integral y concisa, fijando atribuciones nítidas e intransferibles, nunca con un alud de demagogia política en cadena.