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El opaco despido de Zamora

El despido de Patxi Zamora cantó demasiado desde que salió a la luz pública. Que un empleado de Iberia, con más de 31 años de servicio, de repente se viera en la puñetera calle porque la Guardia Civil le ha retirado la tarjeta aeroportuaria sin ningún argumento que lo motivara sonaba muy raro. Y a partir de ahí no había que ser malpensado para relacionarlo con una vendetta hacia quien, en su condición de portavoz de Kontuz, ha sido la cara visible de la denuncia de la desaparición de Caja Navarra, y de corruptelas como el infame intento de blanqueo de capitales de Jesús Pejenaute, el efímero consejero de Políticas Sociales de Barcina.

Tres semanas después de que conociéramos esta injustificada rescisión de su contrato laboral, el caso sigue envuelto en una opacidad más propia de una república bananera que de un Estado de derecho. De momento el Senado, que no se caracteriza precisamente por desarrollar gran carga de trabajo, ha inadmitido las preguntas que han formulado los representantes de Podemos, EH Bildu e Izquierda Unida con el fin de conocer las razones de lo sucedido. Algo insólito en la Cámara Alta, que alude para negar esta información a que se trata de un asunto “de exclusivo interés personal de una persona singularizada”. En todo caso, si para algo sirve este atronador silencio oficial es para incrementar las sospechas de que se trata de un atropello arbitrario que conculca tres derechos fundamentales de Zamora: el del trabajo, el de la libertad de expresión y el del acceso a la información. Así lo entienden la mayoría del arco político de Navarra y todos los sindicatos, menos UGT, que lamentablemente en esta denuncia ni está ni se le espera. Como tampoco se le espera a Javier Esparza, quien dijo estar extrañado porque “se le dé bombo y platillo” a este despido, ya que considera que se trata de “un caso particular”. Curiosa la coincidencia argumental del presidente de UPN con el Senado, que refuerza aún más todas las sospechas anteriores.