La estabilidad según la derecha
los dos últimos gobiernos que presidió UPN terminaron como el rosario de la aurora. Y además la leña se repartió sin contemplaciones. El primero que se puso los guantes de sacudir fue Miguel Sanz. Convencido de que, después del agostazo de 2007, un acuerdo con el PSN blindaría el poder de los regionalistas for ever, de repente al corellano le molestaron los que habían sido sus tradicionales compañeros de viaje. En otoño de 2008 provocó la ruptura del pacto sellado a fuego que mantenía con el PP desde 1991. Y, al año siguiente, le arreó una patada en el trasero al CDN, que le había proporcionado entre 2003-07 la única mayoría absoluta de la historia en Navarra, pero que ya era un aliado aritméticamente inútil y al que cobijaba en su Gobierno casi por caridad. Para entonces, los convergentes se encaminaban hacia la desaparición, que se materializaría en 2011, después de haber sido fagocitados por los regionalistas.
Expedito el camino hacia la gran alianza con el PSN, el engendro de pacto que maquinó su sucesora Barcina no llegó ni a su primer año de vida. En menos de cuatro años, UPN había partido peras con el PP, con CDN y con el PSN en lo que fue un ejercicio de prepotencia a lo bestia.
Viene todo esto a cuento de los pronunciamientos que se han sucedido desde la derecha en torno a la inestabilidad en la que puede verse inmerso el actual Ejecutivo como consecuencia de la crisis interna de Podemos. Hemos escuchado a dirigentes de UPN, PSN y PP aseverar que todo esto afecta ya a la acción diaria del Gobierno, pese a que la realidad es que nos encontramos ante la legislatura menos convulsa de los últimos 12 años, aunque haya habido problemas puntuales entre los socios del cuatripartito. No hemos oído, sin embargo, a ninguno de quienes aspiran a cohabitar en el Palacio foral con UPN recordar cómo se las gastan los regionalistas cuando no se les baila el agua a su gusto.