cifuentes renuncia al máster antes de que se lo retiren debido a que sencillamente no se lo ganó, pues se matriculó fuera de plazo, no acudió a las clases presenciales mínimas, se le dispensó el título sin aprobar todas las asignaturas y no consta el trabajo final ni tribunal que lo evaluara. Más allá de que el fraude resulte de dominio público, por tratarse de un regalo evidente y en consecuencia sangrante, la presidenta madrileña es un cadáver político en formol por sus mentiras y por soportarlas en pruebas fabricadas mediante la manipulación de documentos oficiales. Esa palmaria obviedad necrológica la tiene perfectamente asumida la cúpula del PP, que ha debido afrontar la disyuntiva entre enterrar la presidencia difunta para después del sepelio entronizar otra transitoria -de vigencia anual hasta las elecciones- o rentabilizar el fiambre dando la batalla contra Ciudadanos aun a costa de arriesgar el gobierno autonómico más influyente en la doble vertiente política y económica. Tras el tiempo que siempre se concede Rajoy para aclararse la mente mientras se va nublando la del resto, ha decidido jugar la carta de la moción de censura en la Asamblea de Madrid, impulsada por el PSOE con el seguro -e insuficiente- respaldo de Podemos, para intentar extraer rédito electoral al martirologio de Cifuentes bajo la acusación a la sigla naranja de connivencia con la izquierda por pura aversión sectaria al PP y no por desalojar del poder a una falsaria. Rajoy devuelve así el órdago a Rivera, que primero apostó por una comisión de investigación netamente cosmética para que pasara de él el cáliz de la moción de censura, táctica de desgaste al PP que la dirigencia genovesa abortó. Ciertamente, Ciudadanos compromete en el lance su congruencia como partido en teoría regeneracionista pero también parte del zacuto del voto liberal. Sin embargo, el PP prosigue con el suicidio por capítulos, enredado en su proverbial cinismo, mutando tramas en su beneficio en burdas teorías conspiranoides, aunque también en el infantilismo derivado de suponer que la credibilidad se recobra con cerradas ovaciones entre conmilitones.