E l pasado sábado, en el Día de la Almadía en Burgi (en el que por primera vez dos jóvenes bajaron como almadieras dando un giro a la tradición), un grupo de mujeres del Pirineo improvisaba por el boca a boca y el WhatsApp una protesta contra la sentencia de La Manada. A la misma hora, en Cambrigde, dos alumnas navarras impulsaban una concentración en el campus mientras la prensa mundial se hacía eco de las manifestaciones de Pamplona y todo el Estado cuyo latido llegaba al corazón de Europa y de la propia ONU. Miles de kilómetros de distancia, pero una misma causa y sintonía. El mundo está en modo mujer. Hemos salido del armario y no con intención de volver. Este movimiento de fondo no tiene fronteras geográficas. Tampoco sociales ni económicas. Está por ver sus limitaciones temporales. Comprobar si se trata de una ola de indignación que se diluye en la playa de las arenas movedizas del sistema o es un tsunami que provoca un cambio de ciclo en un mundo que sale de la glaciación patriarcal, una época llena de dinosaurios que han mutado para sobrevivir a la evolución natural de los tiempos. Llevamos varias citas encadenadas: 7-J, 8-M, 1-M... Algo o mucho está pasando y no parece fácil que tenga marcha atrás. Del 7 de julio de 2016 al 8 de marzo de 2018, dos fechas claves que han propiciado un movimiento social sin precedentes en el que las mujeres, y la sociedad con ellas, han tomado las calles para decir que las cosas tienen que cambiar para que seamos capaces de construir una sociedad en la que hombres y mujeres tengan y compartan los mismos derechos. Ni uno menos por ser mujeres. Cambios en la educación, en la justicia, en las relaciones sociales y personales, en los medios de comunicación (aterra ver la deriva que algunos han tomado saltándose todos los límites). No estamos solas. Contamos con vosotros y cualquier tiempo pasado fue peor. Pero en pleno siglo XXI la asignatura pendiente de la igualdad sigue siendo básica. La igualdad y la equidad en todos sus niveles pero también en género. Quizá sea uno de los mayores problemas no resueltos. Al menos ahora ha aflorado y está en la calle. En las redes. En la agenda política. Y a Pamplona, para lo bueno y lo malo, le ha tocado abrir senda. A la ciudad y a sus fiestas. Fuimos portada mundial en blanco y rojo por la brutal agresión ya sentenciada y ahora entre los carteles finalistas de San Fermín hay uno que representa la presencia protagonista de la mujer en la fiesta. Quizá pueda resultar oportunista, sin valorar su calidad técnica, pero las mujeres que han vivido la cara amarga de los Sanfermines se merecen un año de Braulias, Paulinas, gaiteras, corredoras... Fiesta se escribe con a.
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