¿Está garantizada la salvaguarda de la intimidad en un acto que comparten dos personas por muchos juramentos de fidelidad que se regalen? ¿Es compatible el argumentar que un acto individual, clandestino y solitario queda preservado por su carácter íntimo y al mismo tiempo plasmarlo y conservarlo en un soporte material que rompe ya la cadena de excepcionalidad? Lo íntimo ha sido invocado con reiteración estos días a raíz de la difusión en redes sociales de un vídeo de contenido sexual en el que el entrenador del equipo de fútbol del Málaga se graba a sí mismo. El archivo ha caído en manos indeseadas y lo ha visto todo el mundo pese a que su divulgación es ilegal. Los derechos del deportista, que ha denunciado ser víctima de una extorsión, han sido quebrantados, pero no deja de sorprenderme que una persona adulta e informada se exponga (porque es una exposición) pensando que es invulnerable. Ninguno lo somos ya en la era de las nuevas tecnologías y en la intimidad tampoco.

Estamos saturados de ver y oír cómo lo que era férrea complicidad entre dos personas salta hecha trizas cuando los vínculos se rompen y entonces hasta lo más recóndito de su intimidad es material de venta y consumo poco después de que lo defendieran con amenazas por declararlo terreno acotado por ley. Pasa también en círculos más alejados de los focos, más domésticos. Entre unas cosas y otras, parece que lo íntimo solo sea efectivo mientras sucede ese momento de intimidad. A partir de ahí puede pasar cualquier cosa y de manera incontrolable.

Leo que los actos íntimos "son los que se desean mantener fuera del alcance del público". Entonces ¿por qué arriesgarse a perpetuarlos en forma de copia para la que no hay caja de seguridad y que caigan en poder de otros? La intimidad es un espacio sagrado cuya invulnerabilidad comienza por el propio individuo. Ya lo dijo el evangelista, "no dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha".