ecuerdo la primera vez que oí hablar del sida. Corría el año 1984. Un compañero entró en la redacción de La Gaceta del Norte y anunció a voz en cuello: "Hay un caso de virus de inmunodeficiencia adquirida en el hospital". Todo el mundo levantó los ojos de la mesa y los clavó en él. "¿Inmuno qué...?", nos preguntamos la mayoría. El sida, del que habíamos leído referencias lejanas, se hacía presente a la vuelta de la esquina. La pandemia estaba explotando y no tardarían en divulgarse casos que afectaban a estrellas del cine y figuras del deporte. Desde los círculos más conservadores se censuraba la promiscuidad y ponían el foco en los colectivos homosexuales siguiendo la táctica de la estigmatización y sin reparar que el virus acechaba a todos. Como ha ocurrido con la covid, las teorías de la conspiración encontraron el terreno abonado. En poco tiempo, los infectados sumaban millones en todo el planeta y eran cientos de miles los fallecidos.

Pero a diferencia de la covid, el sida estuvo cubierto durante años por un doble manto: el del silencio y el de la vergüenza. Era una enfermedad que había que ocultar, lo que a su vez daba pábulo al rumor, a señalar al posible portador y tejer una serie de bulos que acababan afectando también al entorno familiar. Hubo mucha mezquindad en aquellos tiempos en los que el consumo de droga, en particular de la heroína, era otra de las vías de entrada del sida y también a la marginalidad. Y todo junto, una condena a muerte para la que no había posible indulto.

Hoy, el sida es una enfermedad crónica gracias a los avances de la farmacología. Pero las cifras que diferentes organismos publican periódicamente siguen provocando escalofríos. Como estas de 2020: 37,7 millones de personas vivían con el VIH en todo el mundo; 1,5 millones contrajeron la infección en ese año; y 680.000 personas fallecieron a causa de enfermedades relacionadas con el sida. En total, 79,3 millones de personas habían contraído la infección por el VIH desde el comienzo de la epidemia y 36,3 millones habían fallecido a causa de la enfermedad.

Diferentes instituciones abogan por el diagnóstico precoz y el inicio temprano del tratamiento para preservar la salud de las personas y prevenir la transmisión. También habría que recordar la importancia de seguir adoptando medidas de profilaxis en las relaciones sexuales, consejo que hay que recalcar y divulgar entre los más jóvenes, uno de los colectivos diana. Porque aunque solo haya preocupación (lógica) por la covid, el sida sigue acampando entre nosotros y no tiene vacuna.

A diferencia de la covid, el sida estuvo cubierto durante años por un doble manto: el del silencio

y el de la vergüenza