no de los primeros en dar la voz de alarma fue el astrónomo y divulgador científico Carl Sagan. Con una frase demoledora: "El escepticismo del consumidor provoca un aumento en la calidad de los productos". Como lo escribió hace casi medio siglo, él citaba los ejemplos de entonces: el triángulo de las Bermudas, los OVNIS, los astronautas de la antigüedad, la Atlántida y otros continentes perdidos, el espiritismo y la vida emocional de las plantas. Si estuviera vivo, añadiría sin dudar las terapias milagrosas (con la homeopatía a la cabeza), el terraplanismo, el feng shui y, por supuesto, el antivacunismo.

La tesis de Sagan, que sigue plenamente vigente, es que la Ciencia debería tomarse mucho más en serio la persecución de la pseudociencia, incluso con organismos oficiales, para rebatir las numerosas tonterías que circulan libremente por ahí, casi siempre en busca de incautos a los que desplumar. No se puede dar por pensado que semejantes disparates no se los puede creer nadie, porque la realidad es que los crédulos son legión, ni pensar que son tontadas inofensivas, porque pretender curar con homeopatía algo que no sea la deshidratación puede llevar a abandonar la medicación.

Y, sobre todo, hay que acabar con dos tesis erróneas incrustadas en nuestras mentes:

1. "Todas las opiniones son respetables". No, en absoluto. Unas son respetables y otras merecen palos.

2. "No hay mejor ley de prensa que la que no existe". Esto se dice porque toda la ley de prensa se suele acabar usando contra la libertad de expresión, y hay que vigilar que no ocurra, pero ya va siendo hora de que se le fije algún tipo de castigo a quien difunde imbecilidades, sobre todo si pueden tener efectos nocivos. Como lo que es: un delito contra la salud pública. Si la libertad de comercio no ampara la venta de mierda como si fuera comida, la libertad de expresión no puede amparar la venta de mierda como si fuera información.

La guerra contra las pseudociencias está en un momento tan delicado que hasta es difícil saber quién va ganando, y lo más triste es ver que tienen más escaparates mediáticos los difusores de bulos, incluso en horario de máxima audiencia, que los científicos que deberían combatirlos.

La Ciencia debería tomarse mucho más en serio la persecución de la pseudociencia, para rebatir las tonterías que circulan libremente por ahí.