existen tiranías investidas con elecciones, basta con que difícilmente puedan perderlas. Por la manipulación del sufragio tras el aniquilamiento de la separación de poderes, de las fuerzas de oposición y de la libertad de prensa. Con el añadido elemental de que el repudio de las dictaduras no es una cuestión ideológica, sino prepolítica. Todo lo antedicho puede aplicarse a Venezuela, país al que la decadencia del chavismo primigenio ha sumido en la putrefacción institucional y la miseria ciudadana causante de un éxodo masivo. Una cruda realidad incontrovertible, en lo político por el autogolpe de Maduro al refrendar su presidencia mediante un Tribunal Supremo a su servicio después de perder la mayoría del Parlamento y articular otra Cámara paralela; en lo económico, por la regresión a la renta per cápita de 1953 como consecuencia del derrumbe del sistema productivo, del diezmado de la riqueza nacional y de la hiperinflación. Al puro diagnóstico le sucede otra constatación: Maduro no va a convocar porque sí las imprescindibles elecciones libres, sin exclusiones -obviamente tampoco del movimiento bolivariano- y con supervisión a modo de aval democrático. Sabedor de que la legitimidad de Guaidó como presidente de la Asamblea emanada directamente de las urnas queda pisoteada por su fuerza asentada en los sables del Ejército y de las milicias de barrio. Por consiguiente, sólo desactivando a la oficialidad militar cabe una solución pacífica y ahí deben centrarse los esfuerzos de mediación mientras se suministra ayuda humanitaria con un corredor seguro. Desde la evidencia de que no hay salida sin despejar de la ecuación a Maduro, a quien las amenazas de intervención armada por Estados Unidos con el petróleo como botín le sirven justamente de pretexto para perpetuarse con el plácet de China y Rusia. En conjugar el diálogo multilateral y la presión diplomática reside la clave para rescatar a Venezuela con fórmulas sostenibles. Aunque cueste, mejor en tiempo que en términos de vidas humanas. Ante los bemoles, siempre contraponer las razones; es decir, la lógica frente a la imposición.