l egocentrismo típicamente madrileño resulta siempre agotador, pero a una semana de las elecciones provocadas por una presidenta del PP que quiere gobernar con Vox tras zamparse a Ciudadanos se impone la estupefacción. Por cómo se ha venido arriba la ultraderecha, con ese matonismo vociferado en medios de todo signo, y ante una campaña determinada por los burdos eslóganes diarios de una chisgarabís como Ayuso que lidera las encuestas ofreciendo una doble barra libre fiscal y hostelera en la cuarta ola de esta cruenta pandemia. En el sentido de que Ayuso preconiza la rebaja de impuestos cuando la covid ha revelado la perentoriedad de reforzar los servicios públicos y de que se ha erigido en la patrona de los bares defendiendo su apertura incondicional contra vientos, mareas y coronavirus. La cuestión radica sin embargo en que no se elige al candidato más lenguaraz ni al más fotogénico, sino a la persona que va a regir el próximo bienio -de salida a esta crisis colosal- una comunidad de casi 7 millones de habitantes con un PIB per cápita de más de 36.000 euros, la primera economía regional española. Alguien que además de méritos acreditados en los órdenes tanto profesional como académico debe encarnar valores básicos como la honradez también intelectual y la educación entendida como la urbanidad clásica, junto a la capacidad de resolver los problemas concretos aunando desde el consenso las voluntades democráticas que sea menester. Un imperativo radicalmente imposible para políticos consagrados a provocar y denigrar para dividir con una estrategia cimentada en ese maniqueísmo simplista que evita el contraste de datos y propuestas exacerbando miedos y odios. Así que en el fondo no se trata tanto de quién tiene que ganar como de quién no debe gobernar Madrid. También para detener el envilecimiento a golpe de ocurrencia e insulto de la política rojigualda, con su perversa traslación a una sociedad civil tan sobrada de polarización como necesitada de soluciones efectivas a las urgencias ciudadanas. Como en Francia y Alemania, donde todas las ideologías y sobremanera la derecha convencional han puesto pie en pared frente al neofascismo. El mismo que anida ya, de tanto abrazarlo, en el PP de Ayuso más que de Casado.

Se trata de quién no debe gobernar Madrid, también para detener el envilecimiento a golpe de insulto y ocurrencia de la política rojigualda determinada por el matonismo ultra