Algún día el coronavirus se estudiará desde el punto de vista sociológico, más allá de su afectación sanitaria, para ver cómo nos estamos definiendo como sociedad según la manera en que estamos viviendo esta alerta sanitaria, esta crisis mundial, este virus de múltiples implicaciones sanitarias, sociales, económicas que empieza afectando a las personas y acaba dejando tocados a los Estados.

Hay momentos en los que el coronavirus resuena a Lotería de Navidad, solo que con resultados opuestos. Me refiero a ese momento en que se van cantando los premios y cada comunidad mira a ver que ha tocado en la suya, esperando el gordo, para según el premio decir eso de "está muy repartido". Como cuando salta un positivo en COVID-19 y comienza la búsqueda de quiénes han estado cerca para determinar los contactos directos y comprobar su posible extensión.

Todo un ejercicio de investigación el de la trazabilidad para tratar de acotar al máximo las posibilidades de contagio. Lotería o "carrusel sanitario", donde el "minuto resultado" lo dan los hospitales y centros de coordinación sanitaria cuando van narrando los contactos, los positivos y lo que es peor, las víctimas que ya se está cobrando este virus, pacientes con otras patologías graves a los que se suma el coronavirus provocando el peor de los desenlaces. Es difícil plantear un escenario a corto plazo, delicado poner puertas al campo y tratar de limitar todas las actividades susceptibles de generar contagio. Cada país seguirá sus normas según el grado de alerta que se detecte y tenemos suerte del sistema sanitario que nos atiende, pero en una sociedad móvil, líquida, cambiante, donde los negocios y las relaciones son ya a nivel global, tan fácil es el contagio por parte de tu vecino como por la persona desconocida con la que compartes un rato de espera en cualquier lugar. Por eso hay que tratar de acotar el miedo con información o mejor dicho, el pánico, porque el miedo nos vuelve prudentes, nos hace lavarnos las manos, toser con la boca tapada, estar alertas a los síntomas, ser precavidos sin alarmismos mientras que el pánico hace que la gente colapse las farmacias en busca de mascarillas, provocando un embudo absurdo y lo que es peor, privando de que la use quien realmente la necesita.