Aún está reciente el último recuento y los partidos ya están preparando las elecciones del último domingo de mes, cuya campaña empieza oficialmente la medianoche del jueves. Mientras, ganadores y perdedores están revisando sus estrategias electorales y de cara a la formación de nuevo Gobierno. Sánchez, con el calendario en la mano, esperará a ver los números del 26-M para conformar el Ejecutivo, aunque es indisimulada su apuesta por un pacto de geometría variable: pactos distintos con varias fuerzas políticas para que salga adelante la investidura y haya una legislatura estable en los próximos cuatro años. El líder socialista, mientras aspira a una amplia movilización progresista que vuelva a teñir de rojo el mapa político, saca chispas a la posición de privilegio que supone ocupar el sillón de la Moncloa. Temeroso de que la derecha se rearme (en varias comunidades donde ganó el PSOE la tricéfala unida podría gobernar), Sánchez explota su faceta de estadista y testa la voluntad de pactos de PP, Ciudadanos y Podemos, aunque sólo genera recelos. De los insultos y el navajeo se ha pasado al respeto institucional, que no es poco. Pero el afán de notoriedad de Sánchez es evidente. Casado anda más pendiente de reforzar su maltrecho PP y de que Rivera no le robe más votos del morral conservador y -a la fuerza ahorcan- se quiere deshacer de la etiqueta de derechita cobarde de Vox arrinconándole en el más allá de la zona ultra. El líder de Ciudadanos no ceja en su empeño de lograr la hegemonía de la derecha y en cuatro comunidades en las que se vota tiene amplias posibilidades de sorpasso al PP. En Podemos, sus dos almas principales andan a la greña, aunque prima la oficial, que aboga por integrar gobiernos de coalición con presencia real y efectiva para que la ciudadanía visibilice las medidas de izquierda que hasta ahora rentabilizaba el PSOE sabedora de que la política más eficaz se hace desde el BOE. Sánchez se resiste y la amenaza de nuevos comicios o la concesión de un importante puesto institucional -por qué no la presidencia del Congreso- pueden acallar muchas bocas. Todos, en fin, pendientes del GPS de las urnas que les obliga machaconamente a seguir recalculando el rumbo camino del éxito.