la conmemoración ayer del decimoquinto aniversario de los brutales atentados que el 11 de marzo de 2004 segaron en Madrid la vida de 192 personas ha vuelto a evidenciar consecuencias de la burda manipulación política que de ellos intentó hacer el Gobierno español presidido todavía por José María Aznar. Sus mentiras públicas de entonces, personalizadas por las declaraciones del ministro Ángel Acebes, sobre la autoría, que por mero interés electoral trataron de atribuir a ETA pese a contar con datos más que suficientes para imputársela al terrorismo yihadista, han llegado hasta hoy. Tres lustros después, el Partido Popular -y a su vera UPN- sigue sin admitir públicamente que sus máximos responsables mintieron de manera premeditada a la sociedad española y ello contribuye al despropósito moral de mantener una tan calculada como falsa ambigüedad tanto por parte de aquellos que le sirvieron entonces de portavoces mediáticos y luego trataron de extender la teoría de la conspiración como de quienes conforman hoy esa ultraderecha pretendidamente nueva y sin embargo rancia y anclada en ideologías y actitudes propias del peor pasado, histórico o relativamente reciente. Mintieron y algo queda: contribuye a las dudas que pese a las evidencias el dolor genera en las víctimas de los atentados; conlleva una disparidad de actos -hasta siete en Madrid- que no se oculta con la participación conjunta de Pedro Sánchez, Manuela Carmena y Ángel Garrido en el de la Puerta del Sol; e impide que el recuerdo a las víctimas y la condena de la atrocidad estén en algún caso enteramente al margen de intereses similares a los que llevaron entonces a la mentira. Si los mensajes -y presencias- calculadamente limitados y contenidos que en algunos casos, como los de Pablo Casado o Albert Rivera, se emiten desde una responsabilidad política pretendidamente investida de autoridad moral no se desmarcan, sin embargo, de quienes hace quince años trataron de utilizar el dolor y la tragedia con el único fin espurio de mantenerse en el poder, puede desde la lógica deducirse que también en su caso es la asunción de ese poder lo único que importa. Y, por tanto, que también ignoran las pretensiones de una sociedad que exige actitudes transparentes y un pulcro respeto por las víctimas, a las que hurtan la verdad que es premisa de la justicia y la reparación.