a confirmación desde la Casa Real de que Juan Carlos de Borbón se encuentra en Emiratos Árabes Unidos desde el 3 de agosto, día en que huyó del Estado de incógnito, puede ser un primer paso para rebajar la tensión que ha originado sobre Felipe VI y la Corona estos 15 días el despropósito que ha supuesto la marcha por la puerta de atrás de quién aún es ex Jefe del Estado, rey emérito y capitán general del Ejército. Pero no parece fácil que una información que llega tarde y forzada por la opinión pública vaya a ser suficiente para que el nivel de la tensión política, institucional y social que se centra ahora sobre la Monarquía vaya a dar un respiro lo suficiente amplio. Entre otras cosas, porque el destino elegido por Juan Carlos es sólo una confirmación más del alcance de las andanzas y salchuchos que le han llevado a esta situación de exilio forzado a la desesperada. Era de esperar que tras 15 días de alimentar las especulaciones y la presión sobre la Casa Real al menos hubiera reaparecido en un lugar alejado de las resonancias que tiene precisamente una de las dictaduras del Golfo relacionada con los regalos, comisiones, investigaciones judiciales e informaciones periodísticas que le persiguen hace años y que le han llevado ahora a esta situación. Ese destino simplemente alimenta que es un refugio en el que guarecerse de posibles complicaciones posteriores en el ámbito judicial y político. Otro inmenso error personal. Aunque la Casa Real al menos ha logrado quitarse de encima la presión insostenible de un paradero desconocido día tras día. Un peso que también se quitan de encima Sánchez y el Gobierno de PSOE y Podemos, acosado por frentes políticos y judiciales, por la crisis sanitaria y su deriva socioeconómica. En realidad, la huida de Juan Carlos ha abierto un debate pendiente que antes o después se deberá abordar. Esconder la cabeza como han hecho Navarra Suma y PSN en el Parlamento foral para evitar planteamientos tan básicos como preguntar por la Monarquía en una encuesta sociopolítica pagada con dinero público es un absurdo ridículo. De hecho, si no hay libertad para esa pregunta no merece la pena mantener ese coste desde el erario común. Juan Carlos de Borbón ya no representa nada que sea mínimamente edificante y defendible desde los valores democráticos. Empecinarse en blindar la historia cada vez más oscura de quien llegó a la Jefatura del Estado de la mano del genocida Franco solo puede ser una camino peligroso -sobre todo para la Monarquía en el siglo XXI-, hacia ningún sitio. Más Navarra.