l segundo aniversario de la declaración del estado de alarma y del confinamiento obligado de toda la población en sus casas, así como el cese de toda actividad no esencial debido al primer gran impacto del coronavirus en marzo de 2020 coincide con las voces, cada vez más mayoritarias, que piden ya rebajar la pandemia a la categoría de endemia, lo que vendría a ser la “gripalización” del covid, con una vuelta a la normalidad casi absoluta. Es este, por tanto, un buen momento para analizar de manera crítica y con la mirada puesta en el futuro las consecuencias globales que ha traído el covid-19 en sus diferentes aspectos -sanitario, social, económico y político-institucional- y la gestión que se ha realizado desde los distintos ámbitos y responsabilidades para combatirlo. Máxime en el momento actual, en el que estamos ante otra gravísima crisis mundial como es una guerra a las puertas de Europa tras la invasión Rusia de Ucrania, una crisis de naturaleza muy diferente pero cuyas consecuencias, más allá del drama humanitario en Ucrania, estamos ya padeciendo y a buen seguro se recrudecerán y también hay que gestionar de manera eficaz, para lo que algunas de las experiencias recientes pueden servir de lección. Las cifras que arroja la pandemia en estos 24 meses son demoledoras e indicativas, aunque sea por mera comparación, de las dificultades a las que se han enfrentado los diferentes Gobiernos para llevar a cabo la gestión de algo desconocido y de alcance mundial como fue la aparición del coronavirus. La valoración respecto a la gestión de esta crisis debe ser necesariamente analítica y crítica pero no puede caer en una frivolización dañina que se ha manifestado muy a menudo en organizaciones y partidos de oposición. Es obvio que el covid-19 ha hecho resentirse de manera notable a todos los sistemas sanitarios, que no estaban preparado para un impacto semejante, pero al mismo tiempo ha revelado toda su fortaleza y la necesidad de contar con un sistema público de salud sólido. Y también ha puesto de manifiesto debilidades en otros servicios públicos, lo que obliga a reformas urgentes. Con todo, el tejido institucional y social ha funcionado de manera eficaz pese a la insólita inseguridad jurídica en la que han debido actuar las administraciones. En todo caso, la última lección a tener en cuenta ahora es una inquietante certeza: el covid no ha desaparecido, la pandemia aún no ha terminado, aunque su final está cada vez más cerca.