o ha sabido sustraerse, por enésima vez, el Gobierno de Pedro Sánchez a capitalizar una comunicación que considera positiva, aunque la decisión de suspender el uso obligatorio de las mascarillas en interiores es una decisión que requiere un consenso técnico y administrativo que se ha dado por hecho. No obstante, no se puede negar que la mascarilla es el símbolo de un estado de cosas que se asocia a riesgo pandémico y que la mayoría de la ciudadanía está deseando dejar atrás. El anhelo generalizado de recibir indicaciones de normalización es comprensible tras dos años de convivir con el tapabocas y recibir el mensaje de que se puede prescindir de él salvo en circunstancias muy concretas tiene un componente anímico interesante. Otra cuestión es que ese mismo componente se podría y debería haber obtenido previo paso de la decisión por la Comisión de Salud Pública y el conocimiento de las comunidades autónomas que, por el contrario, recibieron ayer la noticia como un dictado donde debería haber un consenso. Una vez alcanzado este punto, no parece que en el ánimo de la calle esté hacer casus belli de esta apropiación de la medida por parte del Ejecutivo español. Prima la satisfacción sobre el procedimiento. En todo caso, la precaución de esperar después de los días festivos de Semana Santa es acertada. La hipermovilidad asociada a estas fechas, la acumulación de personal en puntos concretos de ocio y la evidencia de que, con independencia de su menor transmisión e impacto, el coronavirus sigue presente en nuestro entorno, convierten en oportuna la prevención, que bien podría haberse mantenido durante la semana de Pascua, como sugerían autonomías como Andalucía. No obstante, debería bastar la experiencia y la concienciación ciudadana para mantener márgenes de seguridad suficientes. El control de la situación comienza con la prevención debida y la expectativa de un futuro rebrote no es descabellada, según advierten los científicos. No significa que la actividad social, cultural y económica deba seguir limitada, pero tampoco obviar que hay un condicionante objetivo que ha llegado para quedarse durante más tiempo que la mera fase aguda de la enfermedad. Con esos márgenes y la disposición a una reacción inmediata al primer indicio, por radical que pueda parecer, dotándonos de los medios técnicos y humanos para que sea eficiente, se puede rescatar una vida social normalizada.