Recibir la mala noticia de que uno padece cualquier tipo de cáncer provoca un impacto emocional muy fuerte que requiere mucho tacto por parte de los profesionales que informan y tratan al paciente. Nadie se hace a la idea de que, como en la lotería, a él también le podía tocar, y es cuando saltan todas las alarmas y surgen todos los miedos.
Los tratamientos para esta enfermedad (quimioterapia y radioterapia) son largos y es necesario trasladarse a diario hasta Pamplona para poder recibirlos. A la vista de esto, resulta evidente que es mucho más llevadero y menos costoso si vives en la cuenca de Pamplona que si eres de la Ribera de Navarra. Para aliviar, en parte, este trastorno físico y psicológico, los pacientes disponen de un autobús interhospitalario entre Tudela y Pamplona, que realiza diariamente dos viajes de ida y vuelta, uno por la mañana y otro por la tarde. Más allá de ser el medio de transporte que los lleva, este vehículo -bautizado por ellos como el Autobús de la Vida-, es su mejor tratamiento paliativo. Un viaje en este autobús es una inyección de vida y esperanza, una terapia en la que ellos son sus propios psicólogos. En él, se cuentan su enfermedad, sus miedos, sus experiencias, sus avances, lloran, se ríen, cantan, intercambian recetas de cocina, comparten dulces..., es un apoyo entre iguales de incalculable valor.
Mariví (su conductora) es una pieza de vital importancia, ya que además de encargarse de ambientar y dinamizar el recorrido para que no decaigan los ánimos, tiene un trato exquisito con todos y cada uno de ellos. Al final del tratamiento, les da la vuelta al ruedo en la última rotonda del recorrido para que reciban el aplauso de sus compañeros y salgan por la puerta grande como las grandes figuras del toreo. Los trofeos que se llevan después de esta faena son el apoyo, el cariño y la amistad de todos, pero con la condición de no volver a torear más en esa plaza.
Que al Autobús de la Vida se le quiera establecer un copago e incluso se esté barajando la posibilidad de reducir el servicio resulta lacerante. Ahora, el precio del viaje y la posibilidad de viajar va a depender del estatus social y económico del pasajero y para ese tipo de perfil les sobra el autobús. El resto nos tendremos que buscar la vida.
Señores gobernantes, con la vida de las personas no se juega. ¿No sería más lógico recortar en megainfraestructuras inútiles o en refinanciaciones que pretenden tapar los agujeros contables de selectivas empresas financieras privadas que reducir en una prestación social básica como es la salud? Espero que tengan a bien tomar conciencia de lo que supone para los que tienen su salud maltrecha sus decisiones economicistas y reflexionen sobre lo que dijo el novelista y político francés André Maltraux: "He aprendido que una vida no vale nada, pero también que nada vale una vida".