Han pasado casi tres semanas desde que se decretó el estado de alarma y todas tuvimos que

confinarnos en nuestras casas. Solamente 20 días, aunque a muchas de nosotras nos parece que ha

pasado un siglo, no solamente porque estar sin salir de casa hace que el tiempo se ralentize, sino

porque el mundo ha cambiado desde que cerramos las puertas de nuestras casas.

En primer lugar, es necesario que demos las gracias a todas las que cada día seguís saliendo de casa

para ir a trabajar: cuidadoras, médicas, cajeras de supermercados, transportistas, limpiadoras,

auxiliares, enfermeras, empleadas de hogar, personal hospitalario... Vosotras, las mismas personas

que denunciabais los recortes en la sanidad pública, sois las que estáis dejandoos la piel en defensa

de lo público, en defensa de lo de todas, muchas gracias. También tenemos que daros las gracias a

todas las que os quedáis en casa realizando tareas de cuidados para que nuestras vidas no se

detengan. Una vez más, es en las situaciones dificiles cuando nos damos cuenta de que los trabajos

de cuidados son los imprescindibles, son los que mantienen la sociedad a flote. Una vez más, somos

nosotras, las mujeres, las que sacamos esta sociedad adelante, las que nos organizamos para cuidar a

la comunidad y las que trabajamos para que el sistema sanitario no se hunda, en condiciones

precarias y poniendo en riesgo nuestra salud.

En segundo lugar, también hay que poner en valor y agradecer todas las iniciativas de solidaridad

que se han impulsado en pueblos y barrios, personas que de forma individual o colectiva prestáis

ayuda a vuestras vecinas; que ponéis vuestras capacidades y vuestro tiempo al servicio de la

comunidad y ayudáis a las más necesitadas. Especialmente gracias al Proyecto Solidario Tudela por

el nivel de organización y la grandísima labor que están haciendo estas mujeres.

Dicho esto, es momento de reflexionar sobre lo que estamos viviendo.

Los años de recortes y privatización de la sanidad pública, con la excusa de la crisis, han hecho que

no le podamos hacer frente a una situación de excepción sanitaria como la que estamos viviendo.

Mientras se recortaba en sanidad y mientras las enfermeras, médicas y cuidadoras no tienen

recursos para realizar su trabajo de forma segura, el Estado jamás recortó en Defensa. Ahora, se

gasta dinero en movilizar y dar recursos sanitarios a decenas de militares y esparcirlos por nuestras

calles con el fin de realizar trabajos que no son los suyos (desinfección, control, multas...), y que

otros profesionales (como los bomberos, cuya actividad se ha reducido considerablemente) se han

mostrado dispuestos a llevar a cabo. La realidad, es que el único objetivo del despliegue militar es

el de dar la sensación de que estamos en una guerra, y de esta forma, aumentar la psicosis y

fomentar, más si cabe, el miedo y la inseguridad que todas sentimos ante esta situación. Pero esto

no es una guerra, y la pandemia se derrotará en los hospitales y residencias, no sacando a los

militares a la calle.

El miedo es una respuesta natural ante estas situaciones, pero también es una poderosa herramienta

de control, y lo estamos viendo a diario. La actitud de los medios de comunicación, el propio estado

de alarma y el despliegue del ejército, entre otros factores, están haciendo que el control vecinal se

desate, pero no precisamente contra los principales responsables de la expansión de la enfermedad.

Acusamos a nuestras vecinas por salir a la calle, pero no señalamos a los empresarios y políticos

que nos obligan a ir a trabajar sin protección ninguna. Nos enfadamos con nuestros vecinos en vez

de con los gobernantes que durante años decretaron recortes en sanidad y ahora dan recursos a los

militares mientras las enfermeras del Hospital Reina Sofia utilizan bolsas de basura para protejerse.

Criticamos a nuestras conciudadanas y aplaudimos actuaciones policiales claramente vejatorias, en

vez de revolvernos contra este sistema que pone los beneficios económicos por encima de la vida de

las personas. Jaleamos las detenciones y actuaciones policiales contra nuestros vecinos, pero no nos

enfadamos cuando el alcalde de Tudela de motu propio y sin avisar al órgano competente,

desinfecta las residencias sin seguir ningún tipo de protocolo y deja entrar a fotógrafos (cuando

muchas llevamos semanas sin ver a nuestras abuelas por su seguridad) con el único objetivo de

ensalzar su figura. Ellos son los verdaderos imprudentes y los culpables de esta situación, y por

desgracia, es de los que depende la solución.

Por último, es necesario que tomemos conciencia sobre las situaciones que se están viviendo en

algunos hogares de nuestros pueblos. El confinamiento y el miedo nos están haciendo cortar lazos,

aislarnos en el núcleo interno de nuestras familias, queriendo con todas nuestras fuerzas estar bien y

que las nuestras estén bien. Pero todo eso hace que nos olvidemos de las personas que están en los

márgenes de esta sociedad desigual e injusta. Hay personas que viven en la calle; hay familias que

no llegan a fin de mes; hay personas sin papeles que no tienen acceso a ningún tipo de ayuda; hay

mujeres que están viviendo con su maltratador 24 horas al día, sin poder salir, sin poder hablar con

nadie... Los datos de China e Italia son un preludio de lo que viene, de lo que ya está sucediendo,

allí los asesinatos por violencia machista aumentaron dramáticamente durante el aislamiento.

Hay que quedarse en casa, pero el apoyo mutuo y la conciencia social es necesaria en casos tan

extremos como el que estamos viviendo. Miremos a nuestro alrededor, dejemos de lado el miedo y

hagámonos cargo, en colectivo y como sociedad, para que TODAS JUNTAS podamos salir de esta

crisis y hacer frente a lo que venga después. Utilicemos la situación para unirnos más, para tomar

conciencia y poner las vidas de todas en el centro; solo así lograremos que las consecuencias

negativas que traerá esta crisis sean las mínimas posibles.