Tal día como ayer hace 30 años -sólo 30 años-, nace la World Wide Web, más comúnmente denominada internet. Fue el ingeniero británico Tim Berners-Lee el inventor de lo que definió como un “vago pero ilusionante espacio, libre y abierto para que todos pudieran compartir ideas y conocimientos“. Desde entonces navegamos en lo que llaman sociedad de la información. Un espacio de comunicación social globalizada en el que las nuevas tecnologías ahondarían en la democratización del acceso a las claves de los hechos informativos. Sin embargo, la realidad informativa cuestiona los fundamentos de esa optimista teoría conforme los hechos se alejan de nuestra realidad más inmediata y las fuentes que suministran las informaciones y las opiniones se escudan en el anonimato general de las grandes agencias y corporaciones de la información, muchas de ellas con consejos de administración controlados por intereses más económicos y políticos y geoestratégicos que informativos. Basta con repasar las informaciones, opiniones y análisis sobre los movimientos sociales en los países árabes del norte de África, el Golfo Pérsico, Asia o América Latina. O las informaciones sobre las guerras y zonas en conflicto -Venezuela o Haití son los últimos ejemplos de esa batalla por la desinformación- para comprobar que las valoraciones iniciales tienen poco que ver con las actuales. Es cierto que la tecnología ha acercado la participación ciudadana a la creación de información, pero no parece que ello suponga un acceso mejor a las causas y las consecuencias de los hechos.