turistear en verano ha pasado de ser una necesidad para oxigenar el alma y relajar el cuerpo a ser una obligación. Eres lo que veraneas. Y muchas veces la principal motivación es fardar luego con el círculo de amigos o compañeros. Y no digamos durante las vacaciones, gran parte de las cuales se consumen pendientes de los móviles, los selfies o retransmitiendo el día a día a nuestros allegados para dar envidia o presumir. El caso es abrasar al prójimo, en vez de disfrutar de la compañía, la naturaleza o la dolce far niente. La clásica postal, la foto de WhatsApp, la llamada de saludo... está pasando a mejor vida. Ahora lo que se lleva es dejar sello de distinción digital y sacar pecho en escenarios de lo más rocambolescos. El no va más de los amantes del postureo vacacional es el necroturismo. Es la forma más macabra de viajar. A escenarios de desastres como Chernóbil o a lugares como Belchite -escenario de una de las más cruentas batallas de la Guerra Civil- en busca de actividades paranormales o a cementerios como el madrileño de la Almudena. Todo bien organizado y con sus correspondientes momenticos para tirar de móvil y dejar constancia de la última extravagancia. Se acabó la playa, el chiringuito, el buen yantar o la salida al monte. El nuevo turismo se mueve por otros derroteros. A mí que no me esperen. Yo ahí no reservo.