ongamos que dejamos de hablar de Madrid. Sólo por llevar la contraria. O si eso no es posible, que parece que no lo es, pongamos que hablamos de Madrid tan sólo lo justo. Tampoco es fácil. Piensas en un día cualquiera, una actividad cualquiera y un asunto de debate social o político cualquiera y siempre aparece en primera fila Madrid levantando la mano y hablando de lo suyo. Como si ése suyo fuera el común del resto de nosotros. Resulta difícil eludir ese madridcentrismo que lo acapara todo. Ahora es la juerga política y el barullo mediático que se traen allí a costa de la pandemia del covid-19. Pero de normal puede ser el fútbol, la climatología o la tauromaquia o cualquier asunto. Madrid es una ciudad preciosa con mucha buena gente y grandes historias presentes y pasadas en su bagaje histórico. Tampoco hablo de los intentos de rebelión ciudadana que perpetran con más pena que gloria alguna unas decenas de vecinos del barrio de Salamanca. Una patochada cuyo mayor valor es comprobar con incredulidad como se saltan el estado de alarma con total impunidad. Otro ejemplo de que de Madrid es complicado llegar al cielo, por mucha propaganda que le echen. Hablo de cómo una gestión política desastrosa durante años a manos del PP ha dejado los servicios públicos en estado crítico. Y que esa caótica realidad de Madrid parece que debe ser la realidad del resto del mundo, aunque no tenga nada que ver. Por ejemplo, con Navarra. Desconocen casi siempre de aquello sobre lo que hablan y opinan, ya sea la política foral o los Sanfermines, pero lo hacen con ese desprecio de superioridad sobre quienes consideran apenas un grupo de montañeses. Es muy viejo este estado de las cosas. La mezcla de nepotismo, centralismo, corrupción, fondo de reptiles y una clase política absurda e incapaz -Díaz Ayuso solo es un nombre más en una larga lista con Aguirre, Cifuentes, Granados, Ignacio González, Aznar, etcétera- ha instalado un sistema de privilegios para unas elites empresariales, judiciales, militares y financieras que campan a sus anchas en este desgobierno, ilegalidades y falta total de valores. Y la cómplice ineficacia de unas izquierdas atrapadas en sus luchas internas, pugna de personalismos e ineficacia política total desde hace años. Madrid hace tiempo que es el ejemplo a no seguir. Y ahora tampoco. El ruido permanente de Madrid es insufrible. Mejor optar por otra dirección.