ambién yo estoy contento, supongo que como la gran mayoría, por el final del estado de alarma y los avances hacia la recuperación de nuestra normalidad anterior a la pandemia de la covid-19. Una normalidad que se parece más a la vieja normalidad de lo que esperaba y, sobre todo, de lo que se auguraba sólo unas semanas atrás. El domingo se abrieron las puertas hacia ese camino. Fue un día de movilidad entre pueblos, de mugas reabiertas, de viajes, reencuentros familiares tras semanas de separación, de disfrutar de playas, montes y paseos y de callejear disfrutando de uno de esos días bonitos de luz y temperatura agradable en la vieja Iruña que no abundan durante el año. Todo bien. Y, sin embargo, pienso que no todo avanza adecuadamente. Las medidas de seguridad, por ejemplo, son eso, más medidas que realidades. Las mascarillas se han convertido más en un elemento de decoración personal que de utilidad sanitaria. Cuelgan de orejas, muñecas o bolsillo sin cumplir su labor preventiva. Las distancias de seguridad -calles, playas, bares, espacios de ocios, etcétera-, más de lo mismo. No sé, me persigue además la idea de que no tenemos tanto que celebrar aún. Se ha logrado superar el primer embate de la covid-19, pero el precio humano y social ha sido alto. Hay muchas explicaciones y aclaraciones que ofrecer y posiblemente responsabilidades que dilucidar. Y el riesgo de nuevos rebrotes de la pandemia sanitaria es una realidad confirmada cada día. Hay ya 34 rebrotes en el Estado y un alza de 21 contagios en Navarra. Creo que sanitariamente estamos más preparados que hace 100 días para ello, pero mantener las medidas de seguridad es importante. Ser conscientes de esa importancia de la prevención sigue siendo una responsabilidad individual y colectiva. Más con las fechas de los Sanfermines a 15 días vista. Igualmente, creo que estamos en un tiempo de dopaje general ante las sombras que augura la crisis socioeconómica. Es cierto que la evolución de la economía y de la pandemia ha sido mejor de lo que se preveía a finales de abril o comienzos de mayo. Pero también lo es que los ERTE y las expectativas de un verano ya encima están aligerando el alcance real de esas consecuencias laborales y económicas. Quizá nos las prometemos demasiados felices ahora. Sin ser pesimista, pienso en lo que depararán septiembre y octubre para saber dónde estamos y hacia dónde vamos y ver si hay razones para celebrarlo.