uizá, solo quizá, el ruido político y mediático que rodea a nuestra convivencia con la covid-19 es excesivo. No lo sé, ni siquiera es una convicción absoluta. Solo una idea. Tengo la sensación de que la información abunda. Es constante, con el relato diario de la evolución de los casos e ingresos, la contabilidad de las personas fallecidas y un flujo constante que abarca todo tipo de detalles y datos, gráficos y estadísticas en todo tipo de medios y en la boca de todo tipo de responsables sanitarios, periodistas, tertulianos, expertos varios, políticos, colectivos... En ese barullo también se cuelan infinidad de sandeces, contradicciones y absurdos. Como si se intentara instalar una opinión colectiva de que se puede afrontar la covid-19 con medidas y prohibiciones que nos van proteger satisfactoriamente del contagio. Como si hubiera una posibilidad real de riesgo cero. Y eso es simplemente imposible. No critico ese esfuerzo público por mantener viva la concienciación sobre la importancia real de los riesgos de contagio, tanto sanitarios como humanos, laborales o económicos. Y no dudo que las medidas que se impulsan buscan la máxima eficacia. Pero tampoco puedo evitar pensar que, al mismo tiempo, hace falta una mayor coherencia con la realidad objetiva de que el virus sigue aquí, seguirá por un tiempo más o menos largo y que es inevitable tener que convivir con él con todo lo que implica. Se pueden y deben asumir las medidas para reducir sus consecuencias, pero no vale engañarse: los contagios seguirán. Me parece tan ineficaz y engañoso el buenismo inútil como el alarmismo exagerado, dos corrientes de opinión y de actividad que inundan, junto a los negacionistas y los anti-todo, gran parte del debate social. Más de 100.000 alumnos han comenzado el curso en Navarra, además de miles de profesores y trabajadores y trabajadoras del sector educativo y hay unos 250 alumnos confinados de once centros de Pamplona, Barañáin, Murchante, Falces, Tudela, Azagra y Sangüesa y del Colegio Mayor Larraona. No sé si estos datos o los que se acumulan desde julio reflejan mucho o poco. Más bien me parecen el espejo de la realidad de una pandemia sanitaria activa y de sus consecuencias aún lejos de la irrupción de marzo y abril. Aunque todo apunta a que el otoño-invierno con la suma de la gripe y la covid-19 será muy complicado de nuevo en los tramos altos de edad. Sigo pensando que la precaución y la tranquilidad, amparados en un modelo de derechos, libertades y deberes, son las mejores armas que tenemos a día de hoy contra a la covid-19 a la espera de una vacuna. Mucho más que las amenazas de mayores multas -aunque, como siempre en la vida, hay boronos que las merecen-, la criminalización y el señalamiento de grupos o de sectores o la expansión del miedo y de un estado de temor colectivo. Pero ya digo, solo es una pequeña reflexión.