o sé en que cifra exacta ni aproximada estamos de habitantes en el planeta Tierra. Hace unos años la ONU anunció que se habían superado los 7.000 millones, así que ahora seremos unos cuentos cientos de millones más. Y eso es un problema. Amplio. Enormemente humano. Solo en apenas una semana 480 jóvenes de Senegal han muerto en el mar tratando de llegar a las Islas Canarias. Es un dato pequeño, casi imperceptible en el balance estadístico de vidas humanas que se llevan los días por delante. Pero es también relevante en el balance de las muertes evitables. El problema no debería ser cuántos somos, pero lo es. Y se agravará si se mantiene la previsión de alcanzar los 9.000 millones en 2050, si no antes. Y lo será más aún en las zonas más desfavorecidas social y económicamente. Un problema que no debería ser, pero lo es a partir de la extensión ilimitada de un modelo de hiperdesarrollismo económico y sobreexplotación de los recursos naturales y humanos. Importan únicamente el máximo beneficio, no las personas. Los beneficios son imprescindibles, los seres humanos no. Lo vemos ahora en los diferentes modelos y discursos de afrontar los retos humanos del coronavirus. El cómo gestionamos los recursos de la Tierra, cómo y qué consumimos, para qué inventamos, convierte el cuánto en problema. También se aplica a la respuesta a la covid. La falta de alimentos y las enfermedades endémicas causan cada año cientos de millones de muertos, mientras Occidente desperdicia de forma absurda alimentos y se veta el acceso en igualdad de condiciones a las vacunas. La lucha por el agua, el desmantelamiento del Estado de bienestar, la mercantilización abusiva y descontrolada de los recursos energéticos y la progresiva imposición de un modelo socioeconómico globalizado de especulación financiera y sumisión de la política democrática a los intereses de los mercados y las grandes corporaciones generan un círculo vicioso de deterioro medioambiental y creciente empobrecimiento humano. De nuevo, como otras veces ante en la Historia de la Humanidad, se repiten los errores. El ser humano ha logrado en el paso por este su tiempo en la Tierra grandes avances sociales y tecnológicos y descubrimientos científicos impensables hace sólo unas cuantas decenas de décadas. Pero ni esa progresiva transformación de la sociedad humana, ni el avance en los modelos de cooperación y solidaridad que forman parte de su mismo origen ha evitado que persistamos en los mismos errores. El reto de la pandemia del coronavirus es sólo un ejemplo más. O quizá solo es que hay muchos más de los que pensamos cada uno de nosotros con nosotros mismos, entre esos más de 7.000 millones, que creen de verdad que el problema es que somos muchos. Y para ellos, los que sobran son los otros. Los que señalan en su estúpida arrogancia como prescindibles.