uarenta años después de la conspiración generalizada -en esto están implicados casi todos, fue la frase más contundente de lo que ocurrió-, del asalto estrambótico y chusquero de 400 miembros de la Guardia Civil bajo las órdenes de Tejero y de la rebelión con tanques en Valencia de Milans del Bosch, las claves del intento de golpe de Estado del 23-F de 1981, que se han intentado ocultar en una falsa nebulosa, están ya despejadas. El domingo, DIARIO DE NOTICIAS adelantaba un extracto del libro La armadura del ReyLa armadura del Rey, un ensayo a tres manos de los periodistas Ana Pardo Vera, Eider Hurtadoy Albert Calatravapublicado por Roca Editorial, en el que se expone en toda su dimensión el papel que escenificaron los principales protagonistas de aquel suceso histórico. Un documento más que sumar a los testimonios de periodistas, políticos, sindicalistas, embajadas, diplomáticos, espías y banqueros que vivieron aquel tiempo golpista o que posteriormente lo investigaron con fuentes y protagonistas de primera mano. Ya está claro y es sabido que fue un golpe de salones y contubernios con Juan Carlos de Borbón en el papel de muñidor y correveidile. Un golpe para imponer el todo atado y bien atado del tardofranquismo a la democracia con complicidades sonrojantes que sucumbieron a la presión de esos viejos poderes fácticos de la dictadura. Un error inmenso que la democracia y la sociedad aún siguen pagando, pero del que nadie quiere hacerse responsable. El sarao organizado en el Congreso, al que no asistieron ocho partidos políticos que representan a millones de ciudadanos del Estado, es el mejor ejemplo de esa torpe insistencia en encubrir la verdad de aquellos hechos con un falso velo de heroicidad. Que además sitúen, como hizo Felipe de Borbón a su padre Juan Carlos -hoy huido en Emiratos Árabes por sus problemas con varias justicias- como protagonista de ese invento de una historia oficial que nada tiene que ver con la historia real, solo es otro síntoma de la debilidad institucional del Estado que representa al régimen del 78 nacido de aquella intentona. El golpe fracasó en lo militar. Pero no en lo político. Todo muy chusco y poco más que unos pocos condenados como chivos expiatorios. La historia oficial edulcora el asalto al Congreso, pero no ha evitado que la verdad real haya sido ya escrita y publicada con todos los nombres y detalles de los actores principales y de quienes les dirigieron desde bambalinas. Aunque no sé si ya esto interesa a las nuevas generaciones. Pero debiera, porque el 23-F consolidó hechos políticos que aún lastran la democracia española: la asunción acrítica de la impunidad para todos los responsables del aparato franquista y de la violencia desatada durante sus últimos años, blindar a la Corona a costa de todo, lo que ahora es un ruido ensordecedor, y aceptar el chantaje del ruido de sables golpista como excusa para poner en marcha la Loapa, la ley recentralista que supuso un recorte por la vía de los hechos del desarrollo de los derechos históricos pactados en la Constitución y origen de los problemas que aún persisten para la vertebración plurinacional, económica y social del Estado español. Y por ahí resoplan de nuevo, como entonces, salvapatrias de todo tipo en manifiestos militares y civiles, sentencias judiciales, editoriales, artículos de opinión y tertulias.