eía ayer al director general de Salud, Carlos Artundo, que la cuarta ola, que ya debe de estar aquí, no cogerá altura y que se superará antes que las tres anteriores. Y mientras leía las predicciones de Artundo en DIARIO DE NOTICIAS escuchaba en la radio a Rafael Bengoa, asesor internacional en políticas de salud, advertir de que abril será el mes de la cuarta ola de la pandemia del coronavirus y avisar de que la vacunación no logrará detenerla. Y horas después comparecía el presidente Sánchez para volver a prometer millones de vacunados para julio y septiembre y anunciar el fin del estado de alarma en mayo. Mientras, Navarra prorrogará sus restricciones al menos 15 días más. Y el vicepresidente Remírez balbuceaba un improbable para evitar cerrar del todo ya la puerta a las fiestas patronales de verano. Es un clásico esto. Otro escenario de confusión más en la emisión de mensajes a la sociedad. A estas alturas espero que este más cerca de acertar Artundo en este permanente sindiós de lanzar augurios sobre el futuro del coronavirus en el que compiten políticos, expertos, responsables sanitarios, epidemiólogos, negacionistas, oportunistas y famosos de todo tipo y condición. Por supuesto, la mayoría de esa futurología ha tenido ningún rigor. Es preocupante esa constante incoherencia en los mensajes oficiales que se prolonga ya más de un año y que, aún es peor, ha ido en aumento conforme pasaban los meses bajo la pandemia. Debería haber sido al contrario. La confusión y los incumplimientos generan dudas, desgastan la credibilidad y alientan los anhelos de desobediencia que se van acumulando tras el desgaste, el cansancio y la constante vuelta atrás. Casi me conformo un año después con que dejen de transmitir esos mismos mensajes a la sociedad que nos retratan como si fuéramos inocentes alumnos de Primaria: si os portáis bien...; queda un último impulso...; hay que ser responsables...; hay luz ya al final del túnel..; aún hay tiempo de salvar el verano...; si se incumplen de nuevo las medidas, todos alrincón de pensar. Resulta cansino, absurdo y sobre todo cada vez más inútil. Ahora el nuevo problema, además de la negativa política a liberar las patentes de las vacunas, es que ha llegado la cepa británica. Otra vez sin avisar. Y la hostelería paga la ronda de nuevo. Igual es tiempo, siguiendo la premisa de la Tauromaquia, de que los responsables de Osasunbidea paren, templen y manden otro tipo de certezas y discursos. Quizá de hablar menos, relajar la necesidad política de primar la propaganda sobre la información y de plantear otro tipo de mensajes que generan más confianza y credibilidad que inquietud y desconfianza. Más aún cuando la planificación de la vacunación no ha cumplido las previsiones iniciales -pese a los evidentes esfuerzos por acelerar la distribución de viales que está haciendo Navarra- y como consecuencia crece el descontento. Cada vez hay más ciudadanos que se consideran imprescindibles con cualquier tipo de argumento para ser vacunados y más sectores laborales que se consideran desplazados o perjudicados. Atender a lo urgente mejor que tratar de visualizar el futuro. La pandemia es, claro, la prioridad de este presente, pero echando un vistazo al desempleo y la precariedad entre los jóvenes, por ejemplo, no es la única.