uando veo este fin de semana -y no solo en fotos- botellones en calles y parques se me cae el alma a los pies. Cualquier experiencia en un hospital en plena pandemia resulta tan aleccionadora como para necesitar, de corazón, rendir de nuevo un homenaje a nuestros sanitarios y odiar a los irresponsables que se creen inmortales y les importan un bledo las personas que sufren o pueden sufrir por este virus. A veces se nos olvida el esfuerzo que mantienen para cuidar de todas las personas enfermas y el cuidado que ponen para que -con o sin circuito covid- se extremen las precauciones en cada guante, en cada camilla, en cada box... Esa fue mi vivencia esta semana como acompañante. Toda una cadena de profesionales dejándose la piel. Desde la primera llamada a Urgencias, la llegada de un equipo de médica y enfermera a casa, el traslado a Urgencias en una ambulancia medicalizada, la valoración del caso, las diferentes pruebas, la especialización y la cercanía de las profesionales en el pabellón de Geriatría y su paciencia para lograr esos difíciles equilibrios en personas mayores con diferentes patologías... Un periplo en el que me topé con médicas, enfermeras y auxiliares, casualmente todas mujeres, todas extraordinariamente humanas y grandes profesionales. La enferma tuvo la suerte además de llegar con dos vacunas puestas. Después de un año extremando los cuidados durante el ingreso nos llamaron un día a primera hora para ir a Rayos y con las prisas se nos olvidó la mascarilla en la habitación pero para cuando me di cuenta ahí estaban ellas esperándole con las dos gomas en las orejas. No se les pasa una. Lo dicho, muchas gracias, mila esker.