ientras queda la vida, siempre hay algo más que perder, incluso cuando ves y sientes que lo has perdido todo. Sobreponerte a ese momento de pérdida de aquello que da sentido a tu existencia, un ser querido, tu hogar, tus raíces, tu lugar en el mundo... es un proceso doloroso que sólo quienes lo han pasado son capaces de describir y de asumir. Así lo cuentan estos días los vecinos y vecinas de la isla de La Palma, que han visto de la noche a la mañana como el volcán junto al que han crecido sus sueños se lo está llevando todo por delante, dejando a su paso un futuro desolador, borrando de golpe todo lo que había sido la vida allí hasta ese momento. Arrasa sus casas sin que apenas puedan sacar de ellas lo que cabe en un coche. ¿Qué sacar de un hogar cuando sabes que lo que dejes no lo volverás a ver, con lo que cuesta desprenderte de las cosas, por muy insignificantes que parezcan? El volcán se lleva sus negocios, sus paisajes, su modo de vida, con una fuerza que solo la naturaleza sabe hasta dónde puede llegar. La amenaza se cumplió y la lava sigue su curso ajena al dolor que deja a su paso, convirtiendo gran parte de la isla bonita en un mar de lava difícil de navegar. No es un espectáculo como algunos han vendido, por muy fascinante que sea ese fuego de la tierra, es una tragedia más y como tal hay que contarla. Solo por respeto a quienes hoy sienten que lo han perdido todo y tienen que seguir viviendo, buscando un nuevo sentido a la vida y una relación distinta con su tierra, La Palma, ese lugar donde siempre algo puede estar a punto de pasar. Ahora ya ha pasado.