ada vez son más las voces de arquitectos y expertos que apuntan que la pandemia nos ha cambiado la relación con nuestras casas, que ya no les pedimos lo mismo, que nuestro hogar se ha convertido en un centro de vida, trabajo y ocio que antes no lo era, y que quizás pronto deje de serlo a medida que recuperemos la movilidad de otros tiempos. Casas con espacio, con balcón o terraza. Casas con luz, a ser posible bioclimáticas; construcciones eficientes que hagan en definitiva la vida más fácil. Pero para querer en este caso hay que poder y por desgracia no todo el mundo puede elegir dónde y cómo vivir. Y mucho menos, plantearse una vivienda como las que nos recomiendan. Pienso todo esto mientras veo el referéndum en Berlín sobre la expropiación a grandes propietarios, donde el debate sobre la necesidad de vivienda asequible se coló en la campaña electoral nacional como un reto de primer nivel. Allí casi el 85% de la población vive de alquiler y puede hacerlo a pesar de que cada vez los precios suben más. Aquí estamos muy lejos de esas cifras. Son muchas las personas en Navarra, no hace falta irse más lejos y seguro que todos conocemos a más de una, que no tienen acceso a una vivienda que cubra sus necesidades mínimas. Faltan viviendas públicas de alquiler. La oferta no cubre la demanda y las listas de espera son en muchos casos eternas. Y cuando se está en una situación límite de necesidad de un hogar donde vivir, todo lo demás se va desmoronando. Así me lo cuenta una de estas personas desde esa lista de espera.