oy es un día de sonrisas y felicidad. El día siguiente a la llegada de los Reyes de Oriente que deja como rastro la magia de los regalos. En una sociedad como la nuestra, es fácil. O al menos más fácil que en otros muchos lugares del mundo. Aunque hubo un tiempo no tan lejano en el que la magia daba para mucho menos. Los regalos entonces eran pocos y preciados. Un libro y un juguete quizá. Un madelman de aquellos o un volquete de plástico o un pequeño mecano. Un tren o un mínimo scalextric eran ya símbolo de que ese año no podías haber sido mejor para los Reyes. O una fruta o una muñeca o un balón de trapos solo unos pocos años antes, en la generación de nuestros aitaxis, padres y tíos. Ahora seguramente es todo tan excesivo como la propia sociedad en que nos hemos instalado. No digo que peor. Al contrario, seguramente es a mejor. Pero en la diferencia de lo que fue y es ahora la ilusión de los regalos se concentra buena parte de las incoherencias actuales. Es otro ejemplo, más tierno eso sí, de la evolución a mejor a veces tiene consecuencias no tan mejores. Ahora hay un sobre exceso de regalos. No en todas las casas claro, los Magos no dan para tanto, pero sí en muchas. Regalos cuya vida es tan efímera como un pequeño rato de atención. Parece que la felicidad va en línea con el volumen de regalos y su coste económico, cuando antes la felicidad era el simple regalo. El que fuera y sin apenas valor que no fuera el humano. No lo digo en sentido negativo, ni en un abusón discurso de crítica fácil a las contradicciones de nuestra sociedad. Para nada. Me gusta pasear esta mañana y ver a las chavalas y chavales por la calle con sus regalos sonrientes y felices. La sonrisa de los niños y niñas no conoce de clases ni de diferencias sociales. Ni tan siquiera sabe muy bien qué ocurre de malo más allá de ese tiempo de felicidad inmensa. Por eso, es un buen tiempo este. Y esa ilusión tiene, por supuesto, un valor importante. Pero ni la ilusión ni la sonrisa de una mañana como la de hoy puede ocultar que hay muchas niños y niñas sin ilusión ni sonrisa alguna con la que amanecer, simplemente porque su noche no ha sido mágica. Ha sido una más de una vida en la que su dura realidad cubre de tristeza sentimientos y miradas. Un niño o una niña muere cada tres segundos, la mayor parte por causas prevenibles. Su regalo más anhelado es poder acceder a las vacunas y medicamentos contra esas enfermedades que les matan cada día. Y poder escapar de la espiral envenenada que les condena como consecuencia del aumento especulativo del precio de los alimentos básicos, las guerras, el fanatismo, la trata, la esclavitud, las sequías y otras catástrofes naturales o la explotación de sus tierras originales y de sus recursos naturales. Son niñas y niños que viven allí donde aún hoy les es imposible poder llegar a los Reyes Magos por muy magos que sean. Y ello pese a que no todos viven en lugares lejanos. Algunas de esas niñas y niños conviven aquí cerca con nosotros y algunos de ellos, que sean pocos ya son muchos, no habrán tenido hoy su noche especial en el que creer en lo imposible aún es posible. Los ojos de las niñas y niños estas horas son la hostia. Los ojos de esos niños y niñas también son la hostia. Miradas que cuentan vidas.