La fascinación de los seres humanos por la Luna no es contemporánea, se remonta a las más antiguas civilizaciones, aunque su poderoso influjo ha sido más determinante en el último medio siglo tras la llegada del Apolo al satélite terrestre y la gesta de Armstrong, Aldrin y Collins. Ahora los norteamericanos han relanzado su proyecto espacial con la misión Artemis 1, un colosal proyecto no tripulado para enviar en un par de décadas al hombre de nuevo a la Luna, a una base más permanente. Con el cohete más potente jamás construido y un desembolso de 20.000 millones de euros numerosos problemas han obligado a aplazar el lanzamiento hasta octubre, pero no han enmascarado la verdadera naturaleza de la misión. Como en los años 60 del pasado siglo se incide en el desarrollo científico para justificar tamaña cantidad de recursos públicos utilizados, pero este perogrullada no debería ocultar una de las principales razones: EEUU, Rusia, China y en menor medida la UE e India no quieren quedarse atrás en una carrera para hacerse con los recursos naturales de alto valor del satélite y, sobre todo, mantener una hegemonía militar dominante y controlar el nuevo horizonte geoestratégico. Es la cara oculta de este impulso hacia la Luna.