El informativo de televisión proyecta imágenes de una larga fila de montañeros que quieren pisar la cima del Aneto: hay más gente que en la cola de Doña Manolita para comprar lotería un 21 de diciembre. En las últimas semanas, distintos altavoces mediáticos han llamado la atención sobre la masificación que sufre este punto del pirineo oscense y los peligro que implica para las personas.

Sin embargo, no me parece menos importante el riesgo que supone para este espacio natural el impacto que provoca la invasión humana descontrolada. La asamblea navarra del cambio climático, participada por expertos y por ciudadanos, ha señalado las prioridades que, a su juicio y tras once sesiones de trabajo, deben orientar la actuación del Gobierno foral para frenar lo que parece inevitable. Entre las quince principales propuestas recogidas en las conclusiones no aparece la búsqueda de una actividad turística controlada que evite el impacto que la sobresaturación de visitantes provoca, también en determinadas zonas urbanas.

No es nueva la denuncia de que el turismo genera degradación ambiental, alteración de la fauna autóctona, contaminación y pérdida de biodiversidad en destinos de ocio. La tasa ecológica que aplican algunas comunidades no sirve de nada si los parajes naturales están a reventar de visitantes que dejan una profunda huella humana. El combate contra el cambio climático comienza por un cambio humano. Y no parece que estemos por la labor.