El Pile se fue pero tenía una última sorpresa: antes de morir, dejó pagada por anticipado una ronda para despedirse de sus amigos. Prefería un brindis postrero en la barra del bar a un responso o una novena. El hombre quiso poner el punto final a la historia de su vida con una nota alegre, huir de la solemnidad del Requiescat in pace y soltar una carcajada. Más allá de esa interpretación personal, está claro que hay maneras de vivir que miran a la muerte sin revanchismos y maneras de morir que estropean una buena vida, y eso determina el humor de la despedida.
Digo esto porque al hilo del estéril debate –recurrente en estas fechas– sobre la fiesta de Halloween, leo reportajes que critican esta celebración porque “fomenta un enfoque superficial sobre la muerte”, o que “a representación de calaveras, fantasmas y otros símbolos relacionados con la muerte puede ser vista como una glorificación de lo macabro”. ¿Creen de verdad que la gente –menores y adultos– que se ha disfrazado esta noche va a perder un solo segundo a pensar en cuestiones como el paganismo, el ocultismo o las influencias malignas? El personal quiere divertirse y se apunta a Halloween, Nochevieja, carnavales y hasta a una romería si está seguida de costillada y música. En fin, quizá para algunos ‘El Pile’ no fue un modelo de vida, pero aplaudo su forma de burlarse de la muerte.